lunes, diciembre 05, 2016

Yendo al quid de la cuestión: el argumento atendible de que esta “economía popular” acepta existir como colectora pobre de una economía capitalista excluyente opera sobre la idea de que va a existir una economía capitalista formal y regulada más o menos por el Estado en la que van a ser incluidos todos los trabajadores argentinos. Es decir, que ese porcentaje de la población entre el 25% y 30% va a obtener un trabajo formal con la integración social correspondiente. Ahora bien, esto no fue posible ni en los años kirchneristas de crecimiento a tasas chinas. Se trata de una fantasía peronista clásica, cegetista, pero también del elenco gubernamental que despotrica contra las políticas sociales para hacerse eco del discurso “contra los planes”. Y sin embargo: ¿se puede renunciar al enunciado de ese ideal de “progreso social”? No. Y a la vez, ¿cómo ubicar este nuevo discurso socialcristiano, pobrista, mítico, anti consumista, por momentos aguerrido y por otros con olor a incienso conciliador? ¿De dónde salió? ¿Dónde lo ponemos ahora que hasta la CGT comienza a incluirlo en su horizonte de representación? ¿Es la solidificación de la pobreza, la formalización de algo informal? ¿Y qué hacemos en el mientras tanto con ese porcentaje significativo de la población que en el corto plazo no tiene ninguna chance de ser un trabajador formal? Asimismo, la idea de que un gobierno neoliberal para pocos usa a la “economía popular” como compensación para los pobres omite que su emergencia se produjo durante el modelo de crecimiento y consumo.

miércoles, noviembre 30, 2016

La guitarra del joven soldado

“¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda!” cantaban una vez más los miles que llenaron el estadio de Vélez para oír a Silvio Rodríguez en 1994. Con más interrogantes en el aire sobre qué era ese “pueblo” que saludaba a Cuba que Cuba misma, Silvio en el escenario era parco y tiraba como margaritas y a cuentagotas la serie de hits que esa monada psicobolche pedía a rabiar (“¡Cantá Ojalá!” era el timbre femenino que se repetía porque tampoco se puede gritar el largo “¡Cantá Óleo de una mujer con sombrero!”). Silvio fue, más que su hermano Pablo, una fuente de información política para los que no hicieron el tour temprano a las islas. Cuyo viaje comprobaba un antiguo rumor: que Silvio y Pablo hace rato que no eran hermanos (tuvieron incluso su pelea memorable por blog), y que uno (Silvio) era un poeta del régimen y que el otro (Pablo) era un artista del pueblo cubano. Bueno, pero eso preferimos muchos de nosotros: escuchar de primera mano la poesía informada del soviet cubano y sus misterios. En “El juego de las sillas”, en “Sueño con serpientes”, en “Playa Girón”, en “Flores nocturnas” se oye una voz de la conciencia de esa revolución. (“Me quitó el rostro y lo dobló / encima del pantalón” canta el maldito vallejiano en ese gran disco inmortal combat llamado “Mujeres”.)

La década del 90 marcó en Cuba el “período especial”. La caída del bloque soviético estaciona a la isla en el momento de mayor aislamiento, y ubica una de las épicas de resistencia del Régimen: ¿cuánto la sociedad y el Estado cubano podían sostener su “socialismo”? Como todo orden: no lo explica sólo el fusil. Y en aquella década Silvio Rodríguez publicó una serie de discos, en verdad tres, que se llamaron por su nombre y apellido: “Silvio”, “Rodríguez” y “Domínguez” (1992, 1994 y 1996 respectivamente). Era la vuelta a las raíces, un despojamiento en espejo con la escasez de la propia isla y su economía asolada: se graba solo con su guitarra y ensaya tal vez su último mejor repertorio, canciones del estado de aquella revolución de la que era un vocero esencial y con la que se permitía entonaciones críticas desde adentro (“El problema”, “Hombre”, “El necio”, “La desilusión”, etc.). Silvio en los 60 y 70 fue un artista casi marginal, pero su repercusión en el Cono Sur, y sobre todo, su seguidilla de conciertos junto a Pablo Milanés en la Argentina de 1984, en plena primavera alfonsinista, lo devolvieron glorioso a la isla: para un cubano no hay nada mejor que un cubano que triunfa en Argentina. Nacía otro exportador de la Revolución que dialogaba con las culturas democráticas nacientes (Argentina, Uruguay, Chile), fundando una trayectoria menos popular que prestigiosa para su pueblo (los pueblos no aman tanto a los burócratas de sus revoluciones). De modo que se convirtió en uno de los grandes narradores de esos agridulces años 80 en las democracias del sur, y un matizador ideológico sutil: de hecho, años después, durante su participación en el primer festival popular kirchnerista (el 25 de mayo de 2004), luego de cantar, y con Cristina en primera fila tomada por las cámaras mostrando conocer las canciones de memoria, se declaró “marxista-kirchnerista”, y esa definición parecía consagrar el pulgar para arriba de la isla al nuevo experimento peronista. A excepción de Menem, todos los gobiernos peronistas (Perón en 1973, y Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina) mantuvieron plenas relaciones con Cuba. Pero volvamos a los 90.

En ese disco llamado “Silvio”, que operaba como testimonio íntimo del “período especial”, metió un bolero bello y casi aburrido dedicado al “joven soldado” de la Cuba socialista, imagen eterna entre los ecos de la guerra fría que se apagó en todo el mundo menos entre las millas de mar bravo que separan Cuba de USA. “La guitarra del joven soldado” se llama la canción, mezcla de “canto a sí mismo”, pero dedicada también al soldado que ocupa un puesto de frontera y pasa la noche entre rasgueos y esquirlas de la revolución, en la larga vigilia cubana a tan pocos kilómetros de las costas de Miami, las puertas del Imperio que juraron arrasar y con el que encontraron un equilibrio tan tenso y duradero. "En la dicha y en el llanto, pero siempre enseñando a vivir." Este poeta del Soviet cifra en la vida del soldado desconocido que vive a la espera de una guerra que no se librará su propio espejo: Cuba y el tiempo. En la carta de Perón a Fidel llevada en mano por Gelbard así lo dice el General: “Tiempo, sobra. Sangre, falta.” Y dijo más: “Las revoluciones no pueden ser idénticas en todos los países porque tampoco todos los países son iguales, ni todos los pueblos tienen la misma idiosincrasia. Es preciso que cada uno actúe dentro de su soberanía con sus propios métodos.” Perón parece decirle al Fidel universal: el marxismo es lo particular. Fidel apoyó (incluso contra la voluntad de las guerrillas) ese tercer gobierno peronista. Y Alfonsín, el presidente socialdemócrata con el que se entendió, pisó Cuba por primera vez en busca de garantías de la retirada guerrillera en el Cono Sur (le preocupaba que el FPMR arruinara los planes de transición chilenos). Fidel fue un patrón de izquierdas que también podía elegir Tiempo por Sangre. En la Argentina el comunismo real no tenía fijado el domicilio en la sede del Partido Comunista.

El fin, la agonía, el retroceso o el laberinto de los gobiernos progresistas del sur de este tiempo que no son o fueron idénticos, ni de países iguales, ni pueblos de misma idiosincrasia, y a los que Silvio cantó, se riman con esta melancolía cubana que vela a Fidel: se va una época y habrá que saber esperar como ese soldado joven y eterno de la guitarra en la guardia de una guerra imposible. La espera también es una acción.

 

domingo, noviembre 27, 2016

CARTA DE JUAN DOMINGO PERON A FIDEL CASTRO


Excelentísimo señor Primer Ministro, República de Cuba, Comandante Fidel Castro

Estimado amigo:

Justamente hoy se cumplen 28 años del día en que asumí la primera magistratura del país, dando un paso en la evolución con un movimiento revolucionario basado en la Justicia Social. Movimiento que perdura en el tiempo y en el espacio, puesto que nuevamente, pese a mis años, estamos firmes resolviendo el futuro de nuestra Patria, buscando salvarla del desastre en que un desgobierno de dieciocho años la ha sumido.

Al frente de esta misión de amistad, les envió al amigo señor Gelbard, nuestro ministro de Economía, que tiene el encargo de darle un fuerte abrazo de mi parte, junto con mis saludos, y también testimonio del profundo agrado que sentimos por la apertura práctica entre nuestros pueblos. En todas las clases de relaciones humanas, la verdadera fraternidad se demuestra no con palabras sino con hechos fehacientes. Nosotros los justicialistas tenemos un aforismo que dice: “Mejor que decir es hacer; y mejor que prometer, es realizar”.

¡Cuba y Argentina lo están demostrando en la práctica!

Las revoluciones no pueden ser idénticas en todos los países porque tampoco todos los países son iguales, ni todos los pueblos tienen la misma idiosincrasia. Es preciso que cada uno actúe dentro de su soberanía con sus propios métodos.

Pero es indudable que la necesidad de una unidad latinoamericana será la única posibilidad de libertad real para nuestro continente. A esta meta debemos concurrir todos de inmediato, para poder elevar nuestra voz con seguridad y respaldo en el seno de ese Tercer Mundo que garantizará nuestro desarrollo futuro y la libertad en lo económico, político y social.

Tanto usted amigo Fidel, como yo, llevamos muchos años de permanente lucha revolucionaria. Ello otorga una experiencia invalorable que es preciso transmitir a la juventud, para evitarle atrasos que se pagan siempre con dolor y sangre, inútilmente. La pujanza viril de la vida joven, para rendir verdaderos frutos a la Patria, debe ir acompañada de la cuota de sabiduría que otorga la experiencia. 

La responsabilidad que pesa sobre nuestros hombres no es ya la de realizar la revolución que cada uno de nuestros ideales concibe como lo mejor para su pueblo, sino enseñar a nuestros descendientes a consolidarla. Para ello, tenemos dos caminos: tiempo o sangre.

Tiempo sobra. La historia nos enseña cómo los excesos vuelven finalmente a su cauce habitual. 

Sangre, falta. Puesto que somos un continente descapitalizado, que precisa su puesta en marcha por medio de la unidad fraternal, donde los intereses individuales sean considerados y respetados, cuando los mismos no afecten a la comunidad latinoamericana; y en ese desarrollo necesitaremos aumentar al máximo los habitantes en el continente.

¡En fin! Todo esto quiere decir que la tarea no se termina mientras uno viva. Pero bien vale la pena vivir y morir por un ideal que trasciende a los pueblos.

El señor Gelbard le contará cómo marchan nuestras cosas y confío en que todo marchará bien. Reciba un cordial saludo y mi afecto sincero.

¡Un gran abrazo!

Juan Domingo Perón

miércoles, septiembre 14, 2016

FB

Con la escena de crueldad de los rugbiers contra el linyera nos podemos hacer un picnic de metáforas de la época. En esta ciudad donde estornudás y es metáfora de algo. Se parece al fotograma de una adaptación perdida de La Naranja Mecánica: pegar de atrás y escapar. Me parece razonable que el club los sancione. Me parece siempre border esto de que la viralización de una escena funcione como disciplina, como otra forma de abuso de poder donde todos pueden ver el mal que hacemos, y se produce una desproporcionada exposición para la que no hay plataforma de respuesta posible, y es festín para el consumo morboso; aunque esto ocurrió en la calle y los mismos agresores lo filmaron (se ve que lo querían volver a ver y disfrutar). Que se jodan. Lo que me jode es la idea de probation, esa "penitencia" de que los chicos hagan tarea comunitaria en una de las tantas Ong$ que tercerizan el bien. En mi sociología de raje sólo cabería que la tarea comunitaria sea entre el agresor y el agredido. Construir un vínculo ahí. Que no se le pierda el rastro al linyera, que se sepa de él. Que no se pierda ni diluya tan rápido la relación entre la víctima y el victimario. Que no se tercerice la reparación en tantas mediaciones que desvinculan. Que no se enfrenten los rugbiers sólo a la mirada sancionatoria de una sociedad indignada. Que no pierdan de vista la escena, al que salió lastimado. Que tengan que tener una palabra hacia él. Mi amigo Pedro Núñez dice que algunas escuelas llaman "sanción reparadora" a eso. Eso sería el bien, ¿no?

domingo, junio 12, 2016

Despedida de Graciela Aguirre

Un amigo me pregunta “¿era una abuelaza tu suegra?”, esas de tejer o amasar pasta. Para mí era lo contrario en el mejor sentido: esperaba que todo, que toda relación, fuera natural. Que su nieto creciera para conocerlo y saber sobre qué podían construir su conversación. Por supuesto, ella y mi hijo se amaron, se aman. Tenía un rasgo de "clase" que la hacía un tanto distante físicamente (yo vengo de una familia sin límites corporales, de morderse, abrazarse, herirse, curarse, etc.), pero ella combinaba esa distancia con otro ingrediente de aristocracia: la solidez. Era distante, entonces, en ese mano a mano (nada de tantos besos ni abrazos) pero a la vez era cálida e incondicional. Por eso fue la mejor amiga de sus hijos. Y por eso el vacío que deja es eterno. Conviviremos con su hueco. Todos los días sabremos detectar ese lugar donde ella no está más. Se diría que una ausencia tan notable, tan capilar, tan cotidiana, es una forma de presencia. Y sí. Va a tener un lugar privilegiado en todas nuestras conversaciones hasta el último día porque ella era una gran guionista y porque un poco, una parte de nosotros, no sabrá con quién hablar ahora ciertas cosas. Graciela fue de esa generación a la que el Estado de algún modo quiso matar (y ellos quisieron matar al Estado), y que ahora se enfrenta a la Naturaleza, a las facturas de una vida vivida a pleno, con bohemia, amor y saltos al vacío. Graciela era una chica libre de Barrio Norte. Encendió a los 15 años un cigarrillo que no apagó más, en los 60, vestida como en Mad Men, bailando rock and roll, pero gozando todas las renovaciones: la modernidad del folcklore y el tango también, la política, obvio. Ahí, en esos cigarros finos, que fumaba sin dejar olor estaba subrayada su feminidad, su libertad, su goce. Fue al Di Tella, tuvo novios peronistas, médicos, guerrilleros, cantantes de ópera. Conoció la alta cultura en decadencia de la mano de Juan José Castro o en las memorias de su abuelo Julián Aguirre. Y en su amor por Mignogna vivió una gran síntesis de sus intereses: la cultura, la política, la literatura. Ella vivía a través de otros. Era y quería ser una espectadora privilegiada, primera fila. Se prendía su cigarro. Te ofrecía su vino, sus botellas (que no tomaba), su sofá, el calor de su hogar, para hacer lo que hizo toda su vida: conversar. Oír. Era una mujer de lengua filosa pero de oído absoluto sobre el otro. Era decoradora y con eso conoció el closet de toda nuestra burguesía pequeña pequeña: desde viejas familias del Kavanagh hasta los nuevos ricos. Guarda, se lleva, secretos de todos. Sabía escuchar porque sabía callar. Yo le decía mi "madre ortopédica" y ella amaba esa metáfora torpe. Vivió el exilio abrazada a un hombre que amó y con el que se tuvo que ir en el mítico 76, pero ella se fue a "vivir a Europa", prefirió posar de snob que de víctima, y en eso había una dignidad educativa. Leí sus despedidas en la página de obituarios del diario La Nación y pensé que ella las hubiera sentenciado con una sola frase a todas sus amigas que con amor sincero le dedicaron despedidas tan sentidas: qué cachudas. Daba un amor amable, no exento de todo lo que tiene el amor (un poder sobre los otros, los movimientos de la ironía), pero sabiendo que su incondicionalidad la rindió a los pies de lo que construyó: su familia, sus hijos (Juan, Giuliana, Guido), su compañero Eduardo, sus nietos, sus amigos, Sebastián, sus grandes amistades construidas con tiempo y paciencia, Rogelio, Betty, Marina, María Luisa, María, Pachá, Rodolfo, Daniel. Cada uno de nosotros. Festejaba sus cumpleaños con una fiesta de disfraces donde iban esas amigas que todavía se llamaban por nombre completo (subrayando las etnias remotas de dobles apellidos), en cada marzo una noche de copas, música y baile como de carnaval porque las invitaba a ser otras, a emborracharse, a derramarse en su propio drama. Para Graciela todas las personas tenían clase, oportunidad y decadencia. Su aristocracia me recordó siempre a la aristocracia obrera de Juanita Bignozzi. En Pilar la despidieron los curas tercermundistas de Villa Itatí. Esas mezclas la resumen también. El libro azul fue su consumo irónico. La palabra "suegra" es una palabra que volvieron estúpida los opas del chiste costumbrista. Para mí se fue una amiga sabia, la mejor amiga de la mujer que amo (Giuli), y una madre última, elegante, gratuita. Sabíamos, como sabemos con todos nuestros mayores, que nos tocaba enterrarla, pero la muerte es increíble. Chau, amiga.

domingo, mayo 01, 2016

29 A en revista Crisis



¿De qué sirvió el 29A? De defensa. Miles de personas en la opción cuerpo a cuerpo, gremio a gremio, tema a tema, que impone el gobierno: tarifazo, transporte, despidos, pago de “Ganancias”, suspensiones, y así. Temas nuevos, temas viejos, pero temas ya del nuevo gobierno. Fue una marcha nacida y criada en el macrismo y liderada por cuatro centrales obreras con trayectorias últimas distintas. En la marcha: cada gremio en su canto, cada central en su representación. Los cantitos anti Macri tenían emisores más claros y blancos (CTA, NE), pero no contagiaban, no hacían el hit de la tarde: cada columna en su canto de Luz y Fuerza, de Peajes, de Plásticos, Lecheros, Camioneros. Si la marcha más contundente hasta hoy fue gremial, nos habla del progreso verde del campo opositor, muestra que una de las mayores líneas de defensa, de *empoderamiento* o *ciudadanía* ya existe: es la “aristocracia obrera”. De Schmid a Dellacarbonara. Después de Cristina y su “vuelta” con narrativa nueva la historia quiso que la primera demostración de fuerza callejera la lideraran los sindicatos con Moyano como orador final de la jornada. ¿Paradojas? Difícil tarea para el “análisis”. Es claro que nadie sustituye a nadie, pero el gobierno de Macri ya logra condiciones objetivas de una unidad impensada cuatro meses atrás: la unidad en la acción. ¿Ahora los bloques opositores de raíz peronista votarán todos al unísono? ¿Se volverán a unir? ¿Saldrá de esa multitud un nuevo liderazgo? Todo improbable. Pero quizás es hora de pensar que la inversión simple de que ahora sólo es oposición lo que antes era oficialismo y viceversa también hace agua: ahora hay un nuevo mapa político. Las divisiones sindicales y políticas en torno al cristinismo vencieron el 10 de diciembre y tardaron pocos meses en reconfigurar un nuevo y provisorio mapa que lo democratiza todo: porque todos juegan un juego de conveniencias pero la marcha del viernes mostró un límite social y que la calle, el palacio, no lo guiona nadie exclusivamente. ¿Por qué? Si el peronismo tiene un punto de reconstrucción lo tiene, en parte, por esos poderes intermedios que fueron subestimados: sindicatos, intendencias, organizaciones sociales, provinciales. Los votos donde se vota. Diríamos, por un rato, “es de abajo hacia arriba”. Primera marcha de la resistencia al macrismo en las que se distinguieron casi exclusivamente las pertenencias gremiales, mientras las identidades políticas estaban diluidas ahí (el FR, el FPV, el PJ, todos). Las fábulas que sólo se explican el 29A por un fracaso maquiavélico del gobierno (“¿qué quieren en verdad los sindicatos?”, se preguntan algunos como si descubrieran la pólvora cada vez que un sindicato no es todo lo “solo vandorista” que creen), digo: esos razonamientos usan lo “político” como forma de tapar lo social. Este fue un hecho político construido por actores de carne y hueso, el sindicalismo realmente existente, en el aquí y ahora, porque se tenía que decir lo social. Porque se tiene que decir a tiempo. Y porque el disciplinamiento que desean tiene fatal contradicción ahí: en el sindicalismo argentino.

viernes, abril 01, 2016

Leo y difundo al pintor peronista

Demasiado tarde para el PJ y demasiado pronto para la unidad 

Por Daniel Santoro

Pasamos estos meses en medio de la incertidumbre, y luego del magnicidio simbólico producido en la cena presidencial del Centro Cultural Néstor Kirchner, una serie de fenómenos concomitantes parecen trabar el flujo de los acontecimientos.

1. No hay conducción, nadie administra la economía de fuerzas, como un dínamo, la energía militante se derrama y provoca una catarata de hechos, movilizaciones, encuentros y charlas a las que acuden multitudes, es un activismo que entusiasma y apena al mismo tiempo. Se siente como si, injustamente, un grupo de intrusos nos hubieran cerrado las puertas del Estado benefactor en las narices.

 2. La realidad es impiadosa y desde las provincias llegan encadenadas muchas malas noticias, es que hay un territorio para gobernar, y el “resistir con aguante” no es una buena consigna cuando se trata, esencialmente, de pagar los sueldos, con la hostilidad del gobierno central.

3. El 48.5% de los votos obtenidos en el ballotage es tomado más como una “casi victoria” que como la penosa derrota que en realidad fue, como victoria le sobran padres, y entusiastas patrocinadores, por lo tanto nadie cree tener la necesidad de dar un paso al costado, muchos, en cambio, creen haber sumado a esa “casi victoria”, e incluso buscan un reconocimiento. Parece que bastara con dejar pasar este mal trago, este momento desdichado, para volver con todas las fuerzas, cada uno de nuevo en su lugar, es como si nadie abandonara su puesto de lucha, ni siquiera para tomarse el tiempo y el espacio para la lógica autocrítica. Se pelea una y otra vez una batalla que ya se perdió.

4. El desgaste vendrá y tendrá la forma de la dispersión, las elecciones de medio término serán el catalizador, sospecho que la autocrítica que no se realizó a tiempo nos dejará al menos tres tristes partidos para el próximo desafío electoral: 1-Un peronismo sin rumbo, desmotivado, cansado y adormecido en el territorio. 2- El kirchnerismo energético y de rumbo fijo, con el volante bien trabado y acelerando en el barro, sumado a esto un escaso anclaje territorial. 3- Como es habitual, un partido progresista, un poco mañoso y que funcionará como resto no asimilable al conjunto. Entonces si, tal vez sea ese el comienzo de una verdadera renovación, reconstrucción, porque cada uno deberá hacerse cargo de su inevitable derrota personalizada, será la hora de reiniciar el movimiento nacional.

5. En el kirchnerismo se suelen retomar con entusiasmo frases del viejo alfonsinismo, últimamente se lo citó (corrigiendo a Perón) diciendo que “si la política solo es el arte de lo posible, entonces termina siendo el arte de la resignación”, esto lo dijo Raúl Alfonsín, que además de ser un gran demócrata, fue también un gran artista de la resignación (Obediencia de vida y punto final, felices pascuas, reforma de la constitución, etc.), supongo que no entendió que la política siempre es el arte de lo posible, para lo imposible está el Mayo francés o el atolondrado “ir por todo”, Perón aclaraba que el arte está en saber negociar y preservar lo importante para uno, ese 50% que hace la diferencia. Como consuelo tendríamos otra citada frase de Alfonsín, cuando les dice a los radicales que “deben prepararse para perder elecciones antes que volverse conservadores”, un pedido cómodo para el radicalismo pero que está fuera del cálculo peronista, en cualquiera de sus formas, incluida la kirchnerista.

sábado, marzo 19, 2016

3 agujas

Con mi amigo Tomás Rodríguez Ansorena (@tomirod) publicamos estas tres entrevistas en revista Playboy. Pasen y lean:

Fito Páez

Eduardo Duhalde

Horacio Verbitsky

viernes, febrero 19, 2016

Juana Bignozzi: disimular la pena con la vida*

Por Juan Laxagueborde

Juana Bignozzi tenía en su escritorio una imagen poco sacra de San Juan Bautista, el santo de su nombre. Esa figura resalta ahora el carácter de fogata que tiene su poesía. No de las que encienden pasiones bajas, sino de las que sugieren esas celebraciones que purgan la ira y acompañan con calidez. Como San Juan, Bignozzi predicó toda su vida en el desierto, un desierto que era, tal vez, la imagen de lo que terminó siendo la atmósfera de la que escribía. En los festejos de las fogaratas para honrar al santo, cuando niña en el barrio de Saavedra, mezclada con sus vecinos atizando lo que se quemaba con ramas y basura, en esa imagen que era más una reacción laica que un ruego, la poesía de Bignozzi tiene su mito de origen.

No era voluntarista, sin embargo escribía y reiteraba sobre dos grandes temas: el poder y la felicidad. Ahora puestos uno junto al otro son perfectos antónimos. Dos palabras de las que extraía imágenes. Como si disfrutara de las cosas de la vida sin el vicio de poseerlas, profesaba el uso, no la intención de acaparar. Se mantenía alerta pero no en el comité sino en el destierro, en el reniegue o en el agasajo a los amigos: “para una mujer un poco mayor con citas dispersas en varias / ciudades / que ya aprendió a no confundir / el dolor con la vida y la pasión con la propiedad”. Su militancia juvenil en el PC es un mito con todo lo que ello implica. Era una comunista conversadora que se cansó de las “imágenes duras rechazantes / esa pureza que humilla” de la mayoría de sus coetáneos y a quien en el palacio vidriado de los comunistas viejos, el Centro Cultural de la Cooperación, no recuerdan. Hay salas con nombre de Pugliese, hay homenajes a Gelman, ciclo con el nombre de Juan L. Ortiz y cuadros de Gorriarena: pero no hay nada Bignozzi. Esto sin resaltar que semejante catedral se erige sobre la Avenida Corrientes, la guarida a cielo abierto de nuestra poeta, su minimundo de antaño que en la actualidad deslumbra poco.

Escribió un poema en homenaje a José Luis Mangieri que los define como hijos de libertarios cabrones a quienes criaron “para cambiar un mundo que fue cambiando sin nosotros”. En ese verso se entreven varios planos oblicuos de su poesía: la tragedia de una generación -la del sesenta- que lo fue dos o tres años, la vaguedad de las proposiciones antiperonistas, la canallada de cierta cultura peronista un poco arrogante, el sinfín del mundo y la resignación cálida de Bignozzi que, pese a esos cambios, a las frustraciones políticas que la acompañan del sesenta hasta su muerte, escribe con la inercia de algunos entusiasmos. Su escritura se convierte en amistades limitadas por la ideología, expectación de un tiempo a la deriva y domesticidad que nunca es rutina sino más bien impulso para salir perfumada a la calle a ver cómo sigue la tormenta del mundo. Si no iba a lograr ser “la primera tractorista de la revolución”, al menos tenía que aprovechar su sensibilidad. Mangieri también había sido un comunista díscolo que dirigió la revista La rosa blindada, donde Bignozzi escribió este verso en uno de los poemas que se publicaron en 1966: “esa niña esa pobrecita esta mujer / que anduvo entre maravillas / luces de colores que no le hicieron mal / pero la cansaron un poco / pasiones pasiones al fin”. Aquella selección de poemas fue prologada por Eduardo Romano, que en un cruce para nosotros misterioso vincula los versos de Bignozzi con la filosofía de León Rozitchner, porque los dos “no viven dramáticamente la ausencia de un destino histórico propio”. Tenía razón, Bignozzi y Rozitchner eran ante todo vitalistas que amaban con desencanto.

Escribió también, entre otras cosas, contra la simulación. Sabía que la izquierda argentina se sostiene en la creencia de que todo es una impostura y también sabía que son ellos los primeros que simulan un voluntarismo que algunos desechan, como Bignozzi. Si en todo caso era ella la que simulaba era para representarse a través de diálogos imaginarios con pintores, con figuras y con cuadros. Esos cuadros son mediums: habla ella, habla una tradición, un estilo, una manera de la belleza, de los modales, del "buen gusto". Para Juana la poesía era la buena poesía, y la buena poesía era como tender una mesa para los invitados queridos o vestir con telas sofisticadas, con estampados finos. Lo que es hermoso de pensar es que descifraba en los manieristas del renacimiento, por ejemplo, una feminidad inconclusa, cierto simbolismo del pincel bien pasado, de la sutileza en el color, pero que detrás de eso también podía haber la materialidad, lo ordinario de una vida vivida en el barrio, en la pobreza "digna", en la instrucción como modo ético, en la famosa y tan repetida “ideología” de Bignozzi, palabra que sintetiza su mundo. La ideología significaba para ella una forma de la organicidad, de la comunión. El modo más intenso de la solidaridad social. La manera de afirmarse en un territorio. No era la tan repetida “falsa conciencia”, sino una conciencia devota de los amores y los afectos que se descubría charlando.

Habló toda su vida del destino para celebrar que este es escurridizo aunque hay algo que puede hacerle frente: la poesía. Por eso sus poemas son finalmente salmos contra la tragedia, aunque de cadencia extraña. Ella no era trágica, sí su poesía. Era una mujer de cierto orden con poemas que expresaban la insensatez de su mundo. Sabía que no iba a doblegar lo trágico pero al menos en el canto se iba la voz y vivía la fuerza, la clase, la hidalguía última de una ciudad. Destinar la vida a la poesía era una manera sesentista heterodoxa de tratar con los fantasmas, más cercana a Walter Benjamin que a Raúl González Tuñón.

Sus poemas nunca dejaron de ser “del sesenta” y a la vez se fueron rompiendo para volverse cada vez más un continuo. No era un cambio sino un salto: se refuerza el desuso de los signos de puntuación, hay viajes diversos implícitos y las figuras ordinarias están pero se desvanecen. Aunque el marco siempre es la misma frontera entre el dolor y una melodía diáfana que pueda dar con la materialidad de la que proviene. De “Ahora he descubierto el sol, los perros y las mentiras. / La vida es más lógica, no he dicho mejor, sino más lógica” (1963) a “la historia barre barre /y devuelve soledad a los que trabajan a solas / y convierte en solitarios a los que hicieron de la ideología / un gesto” (2010). Nada nuevo lo es del todo, no hay novedad sino insistencia desde otro costal. Lo nuevo es un invento del mercado y de las personas inquietas por su propia razón maquinal. No hay progreso, hay recurrencia. No hay novedad, hay capas sobre una misma memoria. No hay vanguardia sino atada a un hilito del pasado.

Juana Bignozzi era todo lo contrario a la tilinguería. La alegría siempre estaba mediada por objetos de valor clasistas o enseñanzas morales que servían al espíritu. La improductividad del derroche que defendía era todo lo contrario a lo estrafalario de comprar en cuotas, macerar el bien, sostenerlo, jactarse, calcular, buscar ofertas. La tilinguería es en la poesía el triunfo de una voz impropia, en la vida social es la arrogancia de los que viven en estado de veranito. Las poesías de Bignozzi gesticulan con acontecimientos políticos, con palacios, con bares y fondas que proveen comida y bebida de la buena, con cuadros de artistas renombrados que ella nombra y transforma. Nada más lejano de la tilinguería que un buen vivir situado.

No tuvo hijos pero sí amigos. No escribió novelas pero sostuvo como un hierro entonaciones que quedan y que se enredaban para dar sombra a la tristeza de toda época que dicha por ella se vuelve vital, su propia fluidez, su estado de evanescencia. Pasaba de guapa, y si bien lo era, buscaba actualizar la amistad bajo la imprevisibilidad de lo juvenil, que era un hechizo cuando su estilo se friccionaba con épocas que se sucedían. La relación que había mantenido con amigos treinta o cuarenta años más jóvenes en los últimos años fue un gesto que no deja de ser una parte de su obra. "Los amigos" son en su poesía una entidad nunca definida o concretizada finalmente y que con su legado se vuelven verdad. Su diálogo con los amigos como cuestión sagrada fue tejiendo redes que eran en realidad aire porque se iban, morían, emigraban -sus amigos, ella no-, y volvía a aparecer la esperanza de al fin estar frente a lo eterno. Era soberbia y usaba el odio indisimulable que cada uno de nosotros sentimos en aras de una poesía que vindique la amistad. No era cínica como tantos, su énfasis la acercaba a lo mejor del modernismo de Rubén Darío, con esa versatilidad tremenda para contar el mundo pequeño con versos grandes, aunque taimada por un linaje anarquista que la volvía cálida.

Los amigos parecían ser lo más cercano a lo eterno que sentía. Pasando la posta material de su vida a jóvenes que la abrazaban consiguió sostener la amistad y aquello le permitió seguir soñando con la juventud. Bignozzi le temía al olvido, los amigos extendidos en el tiempo eran una forma de sostener su memoria, aunque la letra fuerte de su poesía ya le garantice un estado de eternidad leída. La juventud en Juana no era el exceso sino más bien la inocencia y la dicha. Cuando utilizaba el "quién hubiera..." o el "si alguien tiene que ser después", expresaba deseos de pasión perpetua desde un saber materialista de que todo pasa, de que todo se esfuma, de que las cosas son relativas. La amistad tal vez no era relativa para ella, no sabemos. De ser así, quizás era su manera de pensar la totalidad, su manera laica de creer en la trascendencia. Como si dijera: yo no fui militante, ni poeta, yo fui toda la vida Amiga.

La poesía era un oficio y se encargó de reiterarlo cuantas veces pudo. Era un saber popular de ascendencia ilustrada, técnicas aprendidas entre el obrerismo, las lecturas de Pavese y largas noches en el bar Politeama “con novios impresentables”. Su poesía era más de madera que de bronce. Escribir era una artesanía, una diversión en términos literales. Esto significa que para ella escribir era diversificarse, abismarse sin perder el centro, cambiar de tema, entretenerse, sostenerse también. La vida no es como la poesía. La vida es normal, hogareña, de sobremesas, idas al trabajo, idas al almacén, visitas a museos, tertulias con amigos. La poesía carga con la rudeza, la ambigüedad, la derrota, la esperanza situada en lo concreto, aunque tiene siempre una carga de tragedia, de sinsabor. Los poemas pueden ser tristes, tremendos, hasta cómicos, porque está la vida para recibir lo común con sus grises, la materia con la que luego se vuelve a escribir. Hablaba a través de la poesía, simulaba amargura y lo que intentaba era estilizar la ciudad. Demostrar que una ciudad es clases sociales transitando a través de memorias, mitos y conflictos. “Ya no hay pintor del rumor de mi clase”, decía en Quién hubiera sido pintada, afirmación que ahora nos reenvía a pensar que era ella la última pintora de un rumor casi apagado, somnoliento o transformado para siempre. En ese pintar diluido por la historia era donde su poesía se volvía trágica porque a su añoranza la vencía el destino. También le gustaba Paul Éluard, que como ella iba contra la facilidad, el conformismo y la amargura, no por eso ni el uno ni la otra pecaban de crédulos. El poeta francés, a su vez, rescataba la idea de que Rembrandt inventó el claroscuro para escapar a la coacción y poner el ahínco en sus propias curiosidades difíciles de encasillar. Bignozzi se servía de ese claroscuro, era una poeta simple de los temas áridos. Dominaba la técnica del desmontaje ideológico a través de imágenes y recuerdos para mejor proveer a su propia ideología.

¿Quién habla en el largo poema que abre su último libro Los poetas visitan a Andrea del Sarto ¿Bignozzi, los amigos muertos, los enemigos, las generaciones licuadas, las barriadas de Saavedra, el manierismo prebarroco, el color, la música, los jóvenes afortunados de participar de esos cónclaves? Hay fragmentos que son el punctum de algunas épocas de la vida, en general habla Del Sarto, que es un pintor renacentista de clase popular que con el aprendizaje del oficio se consagra, como Juana. Entonces a veces ella le contesta, lo complementa, le susurra, lo desafía: “quise escribir / sobre todo el sin destino que me rodeaba / me aferré a los pinceles / me aferré a lo que mis padres dijeron / los hice eternos con mi negación / yo un contrarreformista”. El enredo de las itálicas es poderoso, la voz de la poesía a veces se nubla, simula tras la voz del pintor. En definitiva los trazos son o plásticos o poéticos pero se igualan en el gesto de una mano libre. Juana Bignozzi escribe como dirigiendo una orquesta, con los brazos sosteniendo el tempo de los versos y los dedos marcando las palabras. Eso vuelve a su poesía una conversación orquestada entre planos y planos de la historia que es la de las clases y la de ella a la vez, que a veces se tensan en la disidencia y muchas otras se acompañan en la complicidad. De alguna manera el libro pone a la juventud como pasado que se torna más patético o más nostálgico según la tónica del diálogo con Del Sarto, o sus invocaciones: “no hay mayor castigo que una belleza envejecida”.

Como no se es nunca lo que siempre se anhela, Bignozzi simulaba ser alguien a través de la nostalgia y de la actitud muchas veces jacobina. Haber sido pintada le podría haber dado a la vida un doblez que alivie. En las pinturas buscaba la paz desde el diálogo “entre-nos”, la seguridad de los conmovidos por lo mismo. La poesía era ante todo belleza sostenida con metodismo notable en las lecturas, pero con desdén a la sacralidad del martirio. Para Bignozzi la belleza podía ser de izquierda y si usaba la palabra ideología para solventar sus modos era porque entendía que quería decir moral laica en lucha y ética con sabores fraternos. Cuando usaba el “yo”, en sus poemas no estaba haciendo autobiografía sino invocaciones de gente querida muerta, dispersa u olvidada. En ella hablaban muchos.

El intento de diálogo con la plástica logra un estado de simulacro creativo y vital. Afirma trascendencia, vence al olvido. Bignozzi pone en juego su voz en la voz y en el arte de otros, se espeja, se refleja, se rompe y es una nueva, renace. Dice un Del Sarto epigonal: “como esta poeta que me sigue / y aún no aprendió a desdeñar las guerras menores / a no escuchar a los que sabe poetas olvidables / tendrá una tumba de tierra permeable no de olvido / ni cenizas tiradas en el cementerio de su ciudad / estoy en sus vidas / tengo sus poemas / estaré en sus tumbas / ahí estoy yo / búsquenme ahí”.

Lo hermoso es lo infalible de su poesía, que va a quedar y será releída al infinito. Juana Bignozzi tenía un pie en la fatalidad y otro en la dulzura. Esos dos elementos la convierten en una poeta única que decía palabras con cosas, con sufrimientos y con alegrías. Marcaba una línea tan propia que se la podía leer con conmoción femenina, comunista, bohemia e individualista en una sola ojeada de esos versos que fueron cientos de imágenes para bancarnos entre todos, para acercarnos un poco más a las ganas de lo que venga. Tenía una voz estilizada pero orientada a hacer mella. No hay duda de que toda su poesía era nada más y nada menos que amor.

Juana Bignozzi nació el día de la primavera de 1937 y murió el 5 de agosto de 2015. Sus restos descansan en una tumba sin cruz del cementerio de la Chacarita. La despidieron con flores amarillas sus amigos y sus lectores.

*Publicado en la revista MANCILLA n°11, noviembre de 2015.

jueves, febrero 18, 2016

Amanecer (de Ernesto Cardenal)

Ya están cantando los gallos.
Ya ha cantado tu gallo comadre Natalia
ya ha cantado el tuyo compadre Justo.
Levántense de sus tapescos, de tus petates.
Me parece que oigo los congos despiertos in la otra costa.
Podemos ya soplar un tizón - Botar la bacinilla.
Traigan un candil para vernos las caras.
Latió un perro en un rancho y respondió el de otro rancho.
Será hora de encender el fogón comadre Juana.
La oscurana es más oscura pero porque viene el día.
Levántate Chico, levántate Pancho.
Hay un potro que montar, hay que canaleatar un bote.
Los sueños nos tenían separados, en tijerasta
pescos y petates (cada uno en su sueño) pero el despertar nos reúne.
La noche ya se aleja seguida de sus seguas y cadejos.
Vamos a ver el agua muy azul: ahorita no la vemos. - Y
esta tierra con sus frutales, que tampoco vemos.
Levántate Pancho Nigaragua, cogé el machete
hay mucha yerba mala que cortar cogé el machete y la guitarra.
Hubo una lechuza a medianoche y un tecolote a la una.
Luna no tuvo la noche ni lucero ninguno.
Bramaban tigres en esta isla y contestaban los de la costa.
Ya se ha ido el pocoyo que dice: Jodido, Jodido.
Después el zanate clarinero cantará en la palmera, cantará: Compañero
Compañera.
Delante de la luz va la sombra volando como un vampiro.
Levántate vos, y vos, y vos.
(Ya están cantando los gallos.)
¡Buenos días les dé Dios!

domingo, febrero 14, 2016

Extracto de la "última verdad" de Ernesto Semán escrita para Revista Panamá

"Sustraída de la frontera al centro de la escena pública en el primer momento de esta nueva era, Sala es el espectro temible de las montoneras tanto en la ansiedad por controlar, moldear y pulir los impulsos violentos de las masas descontroladas como en la envidia que ese poder desbocado produce en quienes se llaman a reprimirlo. Para un proyecto liberal y para la construcción de instituciones democráticas duraderas que pospongan y limiten el conflicto social en función de preservar un orden el salvajismo de Sala no sólo es el enemigo, sino el objeto de deseo, la envidia a ese estado salvaje en el que podríamos actuar sin tantas inhibiciones, la fascinación por ese poder que tan bien nos serviría si pudiéramos por un rato dejar de lado todo este corsé de lenguaje y simbología que no nos deja ejercer el poder con la fuerza que en verdad tenemos. Si Sala es el anatema de las montoneras, lo es como lo eran para Alberdi cuando soñó brevemente con los caudillos salvajes como la fuente de poder para un proyecto iluminista, lo es como lo eran para Sarmiento, cuya invectiva sólo es equiparable con su fascinación.

Sala es la continuación de esa acción colectiva. Y de los fantasmas que despierta. Con la coacción que esa acción colectiva impone sobre los ciudadanos y con el poder político que de ahí se deriva. Es, junto a otra extensa iconografía que irá resucitando en estos tiempos, el espectro del autoritarismo de masas y su afán de transformación. El proyecto democrático en marcha es el de hacer realidad la ilusión oximorónica de una transformación social ordenada y sin violencia. Habrá que recordar entonces que, si algo nos ha enseñado la historia, es que los intentos por eliminar la veta autoritaria de los movimientos en favor de la reforma social siempre empiezan por llevarse por delante a la reforma social en sí misma y termina por poner en marcha opciones mucho más trágicas y autoritarias que aquellas que venía a aplacar."

martes, febrero 02, 2016

Más reflexiones de Daniel Santoro (pintor)

1) Retomando el tema de las reuniones militantes en los parques, me parece pertinente evocar un concepto que Perón formulara en ocasión de las constantes disputas internas en el justicialismo de los 70’. Planteaba una especie de anamorfosis de lectura temporal, “están los retardatarios y los apresurados”, decía el general. Desde cada posición es muy difícil apreciar con justeza la visión del contrario, entonces unos podrán pensar que lo que se hace es poco y habría que hacerlo “YA”, y los otros pensarán todo lo contrario. Fijar los tiempos del vector de acción política es un dilema de difícil solución, el tiempo justo lo debería macar la conducción del dispositivo.

2) Quisiera aclarar que entre una dieta desgrasada propuesta como cambio para el Estado, y mi temor de un kirchnerismo deshuesado prefiero mejor salir de ésta encerrona de metáforas culinarias. De todas maneras, con o sin huesos, mi temor a la ruptura está lejos de disiparse.

3) No veo aún quién pueda activar el sistema auto limpiante con los que venían equipados los viejos peronismos, no veo siquiera a algún Cafiero de reemplazo que pueda sacar a pasear al peronismo por fuera de sí mismo, y volverlo a traer sin extraviarse, ni perder demasiados componentes en la maniobra.

4) Nos abrazamos al gobierno de Néstor cuando, a poco de andar, vimos que hacía “cosas peronistas” y acompañamos con entusiasmo todo este tiempo. Pero 12 años de un uso intensivo del poder es más de la medida recomendable tolerada por el peronismo. Llega inevitable el momento en el que hay que enfrentar un dilema. a) Dar el salto emancipador, hacer la revolución, “ir por todo”. b) Iniciar las maniobras de negociación aceptando las limitaciones que impone el “marco democrático”. Una conocida encrucijada de los peronismos, aceptar esa democracia liberal burguesa que nunca podría contener al desbordante movimiento nacional.

5) Las distintas formas de organización de cuadros quedan como testimonio de esos traumáticos pasos no dados, organizaciones nunca del todo territorializadas, ubicadas en un lugar impreciso entre el Estado y la sociedad, al final son las víctimas propiciatorias de todos los reclamos y resentimientos por fuera y por dentro del movimiento (sean la UES de los 50’, la JP montoneros de los 70’ o la actual Cámpora), sobre ellas sobrevuela la sospecha paranoica de los que le imputan el haberse apropiado de un goce excesivo, los mayores anatemas del anti peronismo caen sobre éstas organizaciones.

6) En una época muchos soñábamos (esperábamos) el cambio de piel megafoneano, planeábamos la conformación de esas organizaciones libres del pueblo, tan denostadas por el campo filosófico, que serían el núcleo articulador entre los conceptos de pueblo y nación, sin duda ésta fue una irrupción novedosa en el campo de la política (anotación al margen: me gustó la propuesta de Capitanich de una “Internacional justicialista”. ¿La primer filial sería Podemos, de España? ¿Vendría con bendición papal incluida?).

7) Creo que éste sería el momento para que las organizaciones militantes encuentren nuevas formas orgánicas, tal vez deberían buscar centrar su acción en las “periferias existenciales”, encontrar formas organizativas y de acción político-social lejos de las determinaciones del activismo político y, por lo tanto, más lejos aún de las necesidades de una disciplina verticalista. Así cada militante podrá disponer de su bastón de mariscal según su deseo, en un terreno fértil para las “mil flores”.

8) Anudar el peronismo en torno a ese significante vacío que debería ser la conducción no es tarea fácil, el que ocupe ese vacío central entre dos alas deberá tener la habilidad de un piloto de tormentas, sumando a esto el hecho de que el peronismo no vuela muy bien por fuera de Estado.

9) Si podemos trascender su dimensión religiosa, tal vez el término “misericordia” se constituya en un gesto virtuoso que podría marcar el punto en torno al cual se fijaran los criterios de unidad y, entonces sí, archivaríamos la lista de torvos reproches que todos tenemos para formular, y así sacar nuestras tessera hospitalis, para reconocernos y admitirnos, recibir a todos los compañeros del movimiento nacional, ya sean los bien acostillados, con sus bríos asamblearios, o los que llevan todo el peso de la herencia simbólica y quieren apurar la filosa autocrítica o, incluso, a los que se manifiestan como una simple, aluvional, y deseante grasita ontológica en busca de un poco de felicidad.

miércoles, enero 27, 2016

El libro de la guerra



Hay un matiz entre Fogwill y Uriarte: si para Fogwill la violencia del Estado había sido muy precisa, calculada sobre un sector social y luego amplificada en los diversos relatos del Estado, para Uriarte no. Uriarte no duda de la envergadura de la represión. Sin embargo, el hilo se vuelve a unir: para ambos el triunfo de Alfonsín volvía a separar el orden civil que habitaba dentro del orden militar, otorgándole una oportunidad de reconstrucción y continuidad a esa clase dominante que había impulsado la dictadura y que se negaba a reconocerse en el espejo de la faena represiva. Massera en el choque de placas tectónicas entre esos dos tiempos, caía en la fosa del tiempo viejo, pero la clase empresarial de ese orden no. Esa faena, ese Matadero, “el show del horror”, dimensionaban la dictadura como un capítulo de crueldad de la “naturaleza militar argentina” y proponía un futuro de política secularizada, de república y ciudadanía, con los límites aprendidos bajo efectos del terror que ahora se perpetuaba en su relato morboso: los detalles de las torturas formulaban la continuidad de los efectos de esas torturas para la continuidad del orden procesista bajo formas constitucionales. El cuento de terror para aceptar los límites del nuevo orden. Eso colocó -en la visión de ambos- a los derechos humanos del lado de una claudicación funcional a los vencedores: la aceptación de un nuevo territorio político “despolitizado”, de cuerpos, picanas y chupaderos. Así, el Alfonsín de Fogwill y Uriarte es el heredero perfecto del Proceso. ¿En qué lugar queda esa figura tan angelada de Alfonsín, el presidente disputado por todos (kirchneristas, alfonsinistas, republicanos) según estas hipótesis? Paradoja de un político que trajo una modernidad deseada a caballo de denunciar los restos del partido militar y la sociedad autoritaria. Ocurre una lectura simultánea: Alfonsín tiene dimensión histórica contradictoria. Un Alfonsín sólo “heredero” del Proceso pasa por alto las revueltas de su propio gobierno, sus primeros impulsos industrialistas, su liberalismo político, aspectos que hicieron de ese gobierno, por ejemplo, el espejo histórico que eligió Cristina para mirarse. El cristinismo “allendizó” a Alfonsín. La cháchara de un Leopoldo Moreau colocó la figura de Alfonsín con casco y metralleta en una Casa de la Moneda argentina que resistía el bombardeo de los capitanes de la industria, la CGT, la SRA y Clarín.

lunes, enero 25, 2016

La vuelta a la naturaleza o el buen salvaje neoliberal



Por Daniel Santoro

El actual gobierno se plantea, no tanto como un nuevo comienzo fundacional, sino más bien como una vuelta a la amable y eterna naturaleza de las cosas. Esto no podría lograrlo sin antes emprender la tarea de un desmontaje de los lugares de mayor densidad simbólica e ideológica, lugares en torno a los cuales el peronismo, y luego el kirchnerismo, produjeron y replantearon la novedosa articulación entre pueblo y nación, expresada sobre todo a lo largo de los 3 últimos gobiernos. Esta herencia simbólica se mostró en salones, monumentos, abigarrados fondos iconizados que enmarcaban las cadenas nacionales (maquetas, billetes, Eva Perón, Belgrano, Moreno, los héroes latinoamericanos, etc.), incluso afuera, por detrás de los ventanales no se dio descanso a los requerimientos escópicos, una Juana Azurduy, con su sable erecto, interpelaba a los gobernantes que se sentaban en el sillón de Rivadavia, un sillón de pronto ocupado ahora por un simpático perrito callejero, que por supuesto no tiene en su naturaleza hacer el mal. El nuevo régimen escópico cambió estas memorabilias nacionales por amistosas fotos de familia sacadas en parques y jardines, fondos de pura naturaleza, sin requerimientos, sin claves visuales a desentrañar; solo una muda y primitiva parodia danzante en el balcón de nuestros más caros discursos fundacionales bastó para que entendiéramos el nuevo paradigma, y ésta vuelta de lo natural incluye por supuesto el papel moneda, por tierra mar y aire se muestra la incontenible fuerza de la naturaleza, se exhibe un territorio a explorar, libre de cualquier prejuicio ideológico, purgado de las molestas pretensiones del que viene con opiniones propias. Ingrávidos, sin el peso de las herencias simbólicas, podremos ingresar al fin, con la naturalidad del buen salvaje, al paraíso “naturalizado” del poder global financiero.

Mientras tanto aquí, en nuestra tierra, los compañeros continúan tramitando el duelo de la derrota, se suceden las reuniones, las charlas informales, los intentos de alguna orgánica, se dice “algo tendríamos que hacer”, de alguna manera todo sirve para desangustiarnos, las más diversas opiniones circulan con total libertad, se duda de todo, ¿realmente hubo una voluntad de ganar? ¿Será Cristina la conducción? ¿Todo éste caos se ordenará con su vuelta al centro de la escena? ¿Será ella el factor de unidad, o precipitará las rupturas en espera?

Otros compañeros decidieron transitar esta etapa traumática reunidos en parques y plazas, dan pequeñas batallas asamblearias, se entregan a un desgaste inevitable y los hacen al ritmo y en el lugar que el adversario decide con su loco compas de verano, todo a contramano de los conocidos manuales de estrategia.

Es fácil advertir que la noticia más ansiada por nuestro enemigo será la de la ruptura del sistema kirchnero-peronista, la pinza metafísica ya está operando, por un lado el desmontaje simbólico naturalista y por el otro la inminente extracción del núcleo peronista que estructura al kirchenrismo, de modo tal que el kirchnerismo deshuesado pueda -cumpliendo una cruel paradoja- ser ese partido progresista que se insinúa en algunos parques metropolitanos (tan lejos de los conurbanos). Hay compañeros que sueñan el sueño del enemigo, el deseo que el kirchnerismo sea ese partido, un poco PI, un poco flácido y finamente purificado de la mugre peronista.

¿Y que de los sabrosos restos óseos del peronismo? con ellos seguramente se hará un puchero (un muleto liberal opositor), alimento nutritivo para las corporaciones.

Será la tarea de quienes se asuman como la conducción del conjunto de nuestro movimiento aplicar el delicado “arte de la conducción” (también entendiendo éste arte como la posibilidad de transformar la naturaleza). Sin éste complejo equilibrio que implicará renuncias, gestos de grandeza, extrema comprensión, empatía e incluso misericordia, la catástrofe que se anuncia en el horizonte será inevitable, y al menos los próximos 8 años serán, “naturalmente”, de Macri.