viernes, diciembre 28, 2012

2012

Continuidades: Centralidad de Cristina y la fórmula de la Coca Cola: disciplina interna y agenda transversal (es su fórmula de fractura al campo opositor: temas que quebró las orgánicas radicales, socialistas o de izquierda y forzó al peronismo a acompañar aún en disidencia). Aunque en un año con iniciativas de mediano y largo aliento (YPF, Procrear) que recogieron poco en lo inmediato. La preponderancia del conflicto Clarín / gobierno. Inflación. Bajo desempeño de la oposición política (que igual tuvo algunas victorias parciales: como el rechazo de Reposo o la instalación del clima anti re-re). “Flotación” de Macri en la gestión y la presencia política. Principal figura de la oposición con su fórmula secreta: el Pro es su estación de verano en la espera de la vacante de un nuevo liderazgo peronista.

Rupturas: Se produjo el “archipiélago” sindical, con la definitiva salida de Hugo Moyano de la órbita oficial, midiendo su considerable poder de fuego. Dice el Capital que lamenta estas divisiones. Dudas. Amague de ruptura con Scioli, dislocamiento natural ya que “la generación intermedia” biológicamente (y algo más) es la que está en pista del 2015 (Scioli, Macri, Massa, Urtubey, etc.). Mayor invisibilidad del peronismo pragmático resumido en: mucha batalla cultural y pocos gobernadores. (Tics de la revolución: clases de metaperiodismo multiplicadas, los hablados de la academia que hablan de los hablados de los medios. Efecto batalla cultural: una máquina de matar mensajeros. Una máquina de boludos a cuerda al son de “el medio es el mensaje”. Mi vieja manda por mail una denuncia de La Alameda sobre un pibe muerto en una empresa agrícola y un “compañero” le responde parrafadas sobre La Alameda.)

Revelaciones: La oposición social, reaparecieron los cacerolazos con protagonismo de las redes sociales anti k. Y la figura de Lanata quien interpuso una forma de hacer anti kirchnerismo más efectiva. Le dio relato y articulación a todas las boyas intensas de la oposición: inflación, inseguridad, republicanismo, etc. El conflicto con Clarín parió otra zona de crisis: la justicia medieval argentina. Sigue latente la discusión sobre una reforma constitucional. Algunas figuras del oficialismo ascienden modestamente: Bossio, Kicillof y Sabatella. Calendario diaguita: 8N, 7D. Dos fechas tras las que NO PASÓ NADA. Inversión del modo de construir lo histórico fracasada. La historia ocurre primero, los símbolos vienen después. Fracaso maya también en su apuesta a largo plazo: el fin del mundo está en marcha pero en clave agonía lenta. Los “saqueos”. Todos los saqueos fueron, son y serán organizados. Se crea alrededor de 1989 y 2001 un aura africana de gente que asaltaba y se llevaba arroz, fósforo y polenta. Los que lo recordamos sabemos que no fue tan así, siempre se roban los deseos del último modelo, a la vez que la comparación de esas dos épocas con la actual se cae de trucha (estábamos mucho peor). Nota: Si bien no irrumpió ninguna figura opositora de calibre este año se sintió una rearticulación fuerte del relato anti kirchnerista, lo cual impacta SOBRE TODO hacia adentro del peronismo, para que de ahí surja un intérprete de un nuevo tiempo si es que viene un nuevo tiempo. “Sciolismo o barbarie”.

Caídas: Boudou en manos de “esbirros”. Transporte: el accidente de Once, los muertos y los festi-subsidios. Jaime y Schiavi una sombra ya pronto serán.

El 2012 le vendió el pescado al 2013. Casi, casi, hablaremos de lo mismo. A lo que se agregará nuevas cosas. Siguen años de agite. Somos el oeste.

miércoles, diciembre 19, 2012

Todos tenían razón

A Esteban Degori 

Corría la mitad de 2002. El gobierno de Duhalde aún no había sido responsable del crimen de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Por lo tanto, no tenía temporalidad, y estaba en plena negociación con el FMI. Duhalde, frente al cronista de 26 TV, con las patitas colgando que seguramente no llegarían al piso, acorralado incluso por la amabilidad negociada del cronista, dijo una de las frases del año, dijo: una crisis es un momento donde todos tienen razón. Esa era la fuerza de la razón argentina de aquellos días: una constelación había querido que muchas cosas estallen a la vez. En diciembre de 2001 se había precipitado la olla a presión de las ciudades y cordones en un contexto donde “todos tenían razón” y cuyo análisis no podía proceder separando la paja del trigo, diciendo: hasta aquí el golpe institucional del PJ, acá el hambre, más allá el corralito y más acá el vuelo en círculo de los buitres. Todo era diverso pero sonó al unísono. Un joven de anteojos llevaba una Constitución Nacional en la mano durante un cacerolazo del verano, y la mostraba como al carné de un viejo club con todas las cuotas pagas, su firma estampada en el contrato social, y con el fastidio de quien interrumpe su vida privada para cruzar el umbral y salir con lo puesto. Y “lo puesto” era la pequeña Constitución de tapa blanda comprada durante su secundario y desempolvada porque ahí había verdades y promesas que los argentinos se juraron.

Más allá, como niebla del riachuelo, la bruma de los saqueos no se terminaba de traducir si como amenaza o como alianza para quienes desafiaron el “estado de sitio”. ¿Quiénes digitaban los saqueos?, ¿“el PJ y los intendentes”? ¿Hubo cacerolazos por temor a los saqueos? ¿En cuántas direcciones a la vez se pedía orden? ¿Dónde, en qué cuadra de qué barrio terminaban los saqueos y empezaban los cacerolazos? Y así, el fondo de cocina del levantamiento urbano era el conurbano. Y nadie quería intimar demasiado con lo que pasó ahí, y fue más fácil pensar los saqueos como la suma permanentemente de punteros + necesidad que en su politicidad. Las asambleas fundaban la polis, los saqueos, el nuevo orden. Y de esa “profundidad” también asciende Duhalde. Hombre de orden, a la vez que hombre de la periferia. Antes y después, aparecían los piqueteros, una trama organizativa más previsible en su acción. ¿Pero cuál era la razón y el hilo entre los saqueos y los cacerolazos? Ese misterio quizás explique algo de la naturaleza duhaldista de la solución argentina a nuestra “crisis”, y una pregunta melancólica y reparatoria: ¿por qué gobernó Duhalde? ¿Cómo se compatibiliza ese estallido con ese hombre? ¿Por qué los 17 meses posteriores a la crisis fueron garantizados por un político que podía ser y parecer “el peor de todos”? ¿Fue su modesto triunfo en las elecciones de octubre de 2001, en el “voto bronca”, lo que le dejó un paso adelante? ¿La “pura rosca”? No cómo sino por qué Duhalde construye la salida de la crisis, es la pregunta.

Tres

El revisionismo sobre la crisis de diciembre de 2001 puede tener tres grandes líneas: una de izquierda, una que versa sobre la frustrada renovación política y una kirchnerista (épica).

La primera surgió inmediatamente, y es la que alumbra allí un proceso de radicalización política que proponía con las asambleas un salto institucional. Las asambleas fueron regadas de militancia que, al decir de los sanjuaninos, “se almorzaron la cena”. La mesa estaba servida y se la fagocitaron los que nunca hallaron su lugar en la representación clásica y pretendían un asalto calculado en fórmulas difíciles como la Asamblea Constituyente. La izquierda argentina.

La segunda línea fue anterior al punto de ebullición y lo fue alimentando y modulando con dos tópicos centrífugos: “gobiernan los mismos de siempre” y “la política es un gasto”. Había tenido su faena con el “voto bronca”. La voz energúmena del “Negro” Oro pidiendo la anulación de algunas de las cámaras parlamentarias (daba lo mismo cuál) proponía en un reclamo de fácil masificación la entrega del sistema político a un nuevo orden gerencial, que iba a acomodar las cuentas cueste lo que cueste. Su programa también tenía un secreto a voces: la dolarización de la economía.

La tercera, podría ser un relato en gestación que entroniza la figura de Néstor Kirchner y que coloca en la crisis la génesis del orden kirchnerista, su intérprete progresista, lo que le da sentido histórico a la crisis. 

Estos tres vértices tampoco son estáticos, ni simultáneos, ni tan visibles siempre. Son tres tendencias interpretativas de un momento de crisis profunda que puso en temblor la economía doméstica y donde salieron a luz diversas formas de ingenio individual para atemperar los efectos. La crisis tuvo su impacto capilar en los ahorros, los cajeros, los bonos; y eso permitió una multiplicación de verdades. El movimiento de su relato puede ir de lo micro a lo macro, porque la crisis parece estar atravesada por la lengua de “lo que le pasó a cada uno”. De allí provenga quizás el éxito de una consigna tan insondable y genérica como el “que se vayan todos”. Fue un momento en donde lo privado que se hizo público fue lo más privado posible, y en un corte de clase transversal: desocupados, estafados de los bancos y empresarios quebrados.

Kirchnerismo y crisis

El kirchnerismo usa la crisis con todo derecho, porque dice: “miren de dónde venimos”. Y ahí aparece, sobre todo, como le gusta remarcar con ironía a Cristina, la vida “fugitiva” de la clase política ahora restablecida, re-legitimada. Pero hubo un hecho que dislocó la lectura: el conflicto de la 125. Conflicto que tuvo su rostro cacerolero (clasemediero) y que fue desdeñosamente así descripto –tiempo después- por el progresismo K: “las cacerolas de teflón” (o sea: clase media versus clase media). Este reverdecer simbólico de las cacerolas desdibujó el fantasma de aquella crisis, con su momento de espontánea e ilusa articulación de clases, donde -por un instante- el piquete y la cacerola se amaron (“¡la lucha es una sola!”). La máquina cultural kirchnerista tras los cacerolazos de 2008 pareció enterrar el símbolo de las cacerolas (que siempre era un poco dudoso) y volvió a recolocar la crisis en un sistema de clases que parecía más borroneado, salpicando de “verdades” el mito 2001. Ahora las cacerolas “siempre pertenecieron” a Santa Fe y Callao.

Si el kirchnerismo nació con la voluntad de leer una herencia progresista del 2001, tras el 2008 desdibuja levemente la efeméride 19/20, y participa de un diagnóstico que distingue también en esa crisis una suerte de caos original del “ánimo destituyente”, como si las cacerolas del campo hubiesen resultado la conciencia para sí de una clase cacerolera nacida en 2001. Entre 2001 y kirchnerismo hay una piedra: 2008. Y este impacto de la lectura termina de concentrar los sentidos de la dichosa “vuelta de la política” de un modo más conservador según el espíritu decembrista: volvió la política, volvió la representación. De este modo, entonces, el 2001 es un fantasma que condensa en la imagen del cacerolero un guapo de la destitución, tras el conflictivo 2008.

Representaciones

¿Hasta dónde el 19 y 20 no significan una restauración democrática y el asambleísmo no es parte del encadenamiento que derivó en el gobierno de Duhalde? ¿Hasta dónde el 19 y 20 no significan una ruptura originaria entre la gente y la política que permitió construir la actual escena? ¿Es posible ver que se reclamaba mejor representación y que la gente se “sacaba la política de encima”? ¿Por qué creer que tantos estaban dispuestos a tanto, que en cada cacerolero había un asambleísta asumiendo la institución de la participación?

Se puede ver en esos días un reclamo por la representación, y que el “estallido” asumió protagonismos a favor de una restauración de prioridades de una sociedad ya sólo democrática, que rompía su lazo de continuidad con el Proceso. Esa “horrible” clase media cacerolera no se sacaba de encima a un gobierno peronista, sino a un gobierno cuyas figuras habían sido sus estrellas, es decir: ponía la política afuera, condición para que en parte ocurra una “profesionalización” política tan liberalmente exigida. Y Duhalde fue aceptado. Fue un gobierno de consenso con el sabor final de una red que no tenía nada más abajo. ¿Abajo de Duhalde? El pozo ciego. Si Duhalde es un político esponja de todas las estigmatizaciones posibles (narcotraficante, facho, conspirador perpetuo, etc.), ¿por qué fue capaz de mantenerse? Justamente por ser un hombre sin futuro (tal como sus últimas incursiones electorales y catastróficas lo confirman). Su estilo y retórica de fin de ciclo, sus apelaciones costumbristas a un “modelo productivo” que ponían el futuro en “blanco y negro”, su imagen de “último de una generación” que había hecho todo mal, lo colocaban en inmejorables condiciones para gestionar una transición que fue exitosa. Porque aún el kirchnerista más optimista no puede explicar el kirchnerismo sin la secuencia concreta que encadena la llegada al poder de Kirchner con Duhalde; su elección como candidato del peronismo no menemista.

Sombra duhaldista...

El peronismo volvía a gobernar el país empujado por la clase media. El orden confuso podría ser este: sin saqueos no hay estado de sitio, sin estado de sitio no hay cacerolazos, sin corralito no hay caceroleros, y así, circular. Esa escena desprolija: la clase media “lleva” a Duhalde a gobernar, esa normalidad mínima alcanzada por la distancia de dos entes que no se correspondían (podríamos decir que ni Menem era tan impopular en la clase media como Duhalde). ¿Y por qué? Porque Menem era una versión argentinísima del proceso liberal argentino, provenía de una provincia de la periferia, casi una excentricidad. Y Duhalde era el conurbano, el municipio costoso, la dimensión atroz de los efectos del menemismo. Sin glamour, “menemismo con manzaneras”, la vuelta a una ortodoxia en las condiciones tóxicas en que estaba el peronismo. Duhalde, a la vez, como buen bonaerense cultivó en aquellos años un perfil conservador popular, dotado de alguna sensibilidad social y alguna intuición política (su conducta durante el intento de golpe de estado a Chávez en abril de 2002 y su relación estrecha con Lula lo indican). Era el equilibrio perfecto: si la gente rugía su hitazo de que se vayan todos contra la política, el equilibrio lo dotaba “el peor de todos”, un líder por default, incapaz de exhibir futuro. Como en la escuela, en el casillero del boletín donde iba la firma del padre, también proponía en caso de ausencia: tutor o encargado. Duhalde fue tutor o encargado. Y gobernó.

En esa aparente asimetría, en esa distancia entre una “clase media” y un presidente peronista fruto absoluto de la “institución” de la clase política, se cocinó una continuidad y, a la vez, una distancia decisiva e infranqueable de la política. La crisis tuvo una salida institucional y democrática. Hubo una meticulosa vuelta a la normalidad formal, pero una formalidad que, vía kirchnerismo, fue capaz de meter mucho más adentro. De meterle más vida a la institucionalidad. Un glosario de las leyes de los últimos años alcanza para ejemplificar la incorporación y normalización de tensiones sociales. No obstante el kirchnerismo, también separó lo social de lo político. La relegitimación de los gobernadores e intendentes devuelve sentido al sistema de representación y es inversamente proporcional a un desgaste en las expresiones de representación sectorial, social, gremial o patronal. Volvió la política, volvió el Estado.

Pero sigamos sobre el duhaldismo: nada más burocrático que ese gobierno y nada más institucional. Incluso sus pesificaciones, sus “salvatajes”, todo se explica para el que tiene paciencia. La legitimidad de origen la componía esa entidad cascoteada de la asamblea constitucional, hecha de políticos que huían en autos polarizados de los escraches. Las asambleas, vistas ahora, y sin exagerar la sorna previsible, actúan también sobre los hechos de lo que se movía por abajo de aquella situación: la gente quería poner a la política en su lugar. (Quizás todo proyecto político anide en el fantasma de volver a juntar lo que 2001 separó: la política y la gente.)

La clase media es el hecho maldito del país burgués, pareció sellarse aquellos días. Y con esa certeza gobernó Duhalde, quien conoce un cuarto relato del 2001, “de las sombras”, y que su conocimiento permitiría poner a la luz mucha verdad arriba de los ríos de tinta que corrieron para explicar la prueba que superó la democracia. Después de Duhalde, Kirchner, un político que selecciona una agenda de 2001, la ejecuta y construye un escenario decididamente distinto de “gestión de la crisis”, abriendo un nuevo ciclo político y económico.

Final

Escribimos en el diario Miradas al Sur hace dos años con Federico Scigliano una crónica que empezaba así, y con la que me gustaría cerrar este repaso: 19 de diciembre de 2001. Cinco de la tarde. Calor. El aire está denso. Un militante del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA se acerca a la mesa de su agrupación en busca de alguna información. No encuentra nada. Silencio entre compañeros, nada en mente. Una compañera tira una frase: ‘dicen que empezaron a saquear Once’. ¿Quiénes dicen? ¿Cuántos? ¿Bajaban del tren los saqueadores? La frase ponía en palabras todo el silencio: la historia nunca ocurre con claridad. Y esos que estaban saqueando formaban parte de esa oscuridad que mueve hilos. La mano invisible de la historia. ¿Aquello que ocurría en el conurbano prometía caer sobre la ciudad? La ‘compañera’, usaba un lenguaje ascético, policial e inconciente: ‘dicen’ (¿quiénes dicen?), ‘empezaron a saquear’ (¿quiénes empezaron a saquear qué?). Todos los mundos privados estaban rompiéndose. Y la ‘compañera’ se sacaba de encima el virus del lenguaje sociológico con que hacía política para decir su verdad. Su miedo. La facultad ya no era el teatro de las representaciones, sino un refugio. Y la compañera era sólo ella misma. Todos éramos nosotros mismos. No estaba la política afuera, sino una extraña conjunción de lo privado y lo público que daba vértigo.

(Publicado en Le Monde Diplomatique, hace un año, diciembre, 2011)

domingo, diciembre 16, 2012

Hijo de la Recesión

"Grabado en Estudio Hangar, Buenos Aires, el 15 de septiembre de 2012, bajo la influencia del cepo cambiario." Acá.

martes, diciembre 11, 2012

Tercer tiempo

“Si no te aburre una sesión del congreso sos un anormal.” 
 (Mauricio Macri) 

La política argentina acumula cuatro generaciones que de algún modo reflejan la superposición de culturas políticas diferentes. Las cuatro tienen la responsabilidad indudable de ser constructoras del actual orden democrático. Un mérito relativo al tiempo y donde cada una habrá aportado lo suyo. Punteemos:

1) La generación Cafiero (Alfonsín, Menem, Duhalde, etc.). Es una generación en retirada, cuyo entierro simbólico ya se produjo en las ceremonias de la muerte de Raúl Alfonsín. Y cuyos rasgos la distinguen como dialoguista, folclórica y herbívora. Franela del Tabac o del viejo Molino. Con el sello de agua del abrazo Perón-Babín en el centro de su bandera blanca de la paz social. Se pusieron a upa desde 1983 a la democracia argentina pero representaron demasiado los vaivenes y deseos (el kirchnerismo exitosamente representa desde una distancia “más ideal”, con una agenda más propia y caprichosa). Se trata, en suma, de un Vaticano político de intensa relación con los símbolos partidarios. Costumbristas, perplejos frente al setentismo, baqueanos de municipio.

2) La generación de los 70. La que está en el poder. Cristina, Néstor, Hermes Binner y Hugo Moyano, como figuras sobresalientes. En todas sus versiones, la impronta ideológica desborda la pertenencia estrictamente partidaria. Sobreimprimen a una dinámica política clásica (peronismo y antiperonismo, radicalismo y golpismo) la carga ideológica.

3) La generación intermedia. Con figuras como De Narváez, Massa, Macri, Scioli, Urtubey, Capitanich, etc. Y si uno pusiera la película del vicepresidente Boudou en mute podría ser perfectamente incorporado a esta liga. Son una voz del “afuera” de la política, una interpelación de sentido común capitalista en medio del palacio y de la conversación pública.

4) La generación de La Cámpora y otras identidades y experiencias políticas de esta época. Incluso anti kirchneristas. Hijos del setentismo, vínculo intenso con el pasado y uso hábil de las redes. Tradición y futuro.

Estereotipo 

¿Le tocará a la generación intermedia la etapa poskirchnerista? Por lo menos tiene en pista a la mayoría de los candidatos competitivos para la elección presidencial y la elección en la provincia de Buenos Aires.

Una primera mirada ubica a esa generación intermedia como hijos de la generación Cafiero. Y, en tal caso, hijos aplicados, deportistas, rugbiers, con cultura de “tercer tiempo”, que se anotaron en universidades a estudiar carreras que les permitieran una vida más o menos delfín del promedio de negocios que circundan la política de esos padres. Cero ideología en términos previsibles (no te tienen un Mocca a mano ni a ganchos), pero un dato: todos, hasta Macri, son peronistas. No hay Sciolis socialistas o radicales. Son naturalmente peronistas, y de un modo mucho más contundente por esa “naturaleza” que el resto de las generaciones, para las cuales el peronismo siempre fue un problema, un interrogante histórico o una convocatoria traumática. Las otras generaciones “sufren” la identidad peronista porque resulta una indagación existencial. Es un revival de la invención de Favio/Soriano pero desde el poder: nunca hicimos política siempre fuimos peronistas. La generación intermedia se encuentra formateada en y para la experiencia de poder y comprende el peronismo de un modo pragmático: peronismo como naturaleza, orden y Estado. Un radical o un socialista de esa edad resulta mucho más ideológico, como Adolfo Prat Gay o Fernando Iglesias. El peronismo, así, es un desentendimiento histórico, una identidad cuya virtud es paradójica: no exige la responsabilidad de ser “explicada”. Y el aprendizaje de todos sus arpegios vizcacheros se hace en el camino, en las horas de vuelo rapaz por las calles de un municipio, en los pasillos de la tele.

¿Por qué Macri es peronista? La pregunta podría ser formulada al revés: ¿por qué no? Macri produjo una experiencia de consistencia gaseosa como el PRO, a la vez que usó las herramientas territoriales disponibles de un fragmento del peronismo residual capitalino, de la mano de Cristian Ritondo y varios más. Esa combinación le permite manejar su tiempo en una línea de espera, siempre bajo la ilusión de que un día se acabe el liderazgo kirchnerista y quede el peronismo en disponibilidad para otro nuevo liderazgo, esta vez, “menos exigente”. Scioli o Massa intentaron morigerar y expresar por dentro un kirchnerismo de baja intensidad. Una apuesta al silencio de la gestión.

Justamente el talismán de los intermedios es la palabra “gestión”, una palabra que no tiene dicción de izquierda y que vincula su pasión pública a la idea de hacer. Poner “los hechos” por encima de “las palabras”. En la vida y la política el valor es el tiempo. La gestión es tiempo. Ni siquiera espacio. De allí su primer reflejo liberal: un Estado más chico podría ser un estado más veloz. No tienen cuadros académicos o intelectuales en los términos universales heredados por una cultura de izquierda que aún impregna el imaginario político. Los intermedios son figuras con gran desempeño en los medios de comunicación, sobre todo en las entrevistas intimistas de programas de C5N o TN. Son capaces de abrir las puertas de sus casas para que se conozca la historia de vida que ellos eligieron contar. Macri o Scioli mezclan y aprovechan vida privada y vida pública. O sea: sus mujeres no son simples acompañantes (como la mujer de Alfonsín o Zulema Yoma hasta la muerte de su hijo), tampoco mujeres-militantes (como Cristina o la ex mujer de Chacho Álvarez). Son mujeres-adorno que contribuyen a fortalecer debilidades de sus imágenes. Como dice el periodista Pablo Chacón: “conocen que la política está subordinada a un operador conceptual: el espectáculo”. (Veremos si Karina rompe ese hechizo, tal como se comenta en los pasillos de la villa -?-)

El modelo

Intérpretes menos rígidos capaces de leer el viento del tiempo. Ese es el capital de la generación intermedia. Aunque sea en la clave: buenos políticos con ideas horribles. O como decía Carrió de López Murphy: buena persona con ideas horribles. Los intermedios están en su mayoría adentro del gobierno, pero incómodos. Pueden ser el modelo después del modelo: son pacientes, y supieron contenerse en silencio y pragmatismo, virtud que mejora sus perfiles frente a la sociedad, frente a la que tienen una ilusión: se le parecen más. Y ahora esperan ser los herederos en condiciones reales del país que deja el kirchnerismo. Son políticos de primera línea que no se autodeclaran de derecha y que cumplen mandatos no escritos: se puede ser de derecha pero no se puede parecerlo, se puede ser de derecha y no saberlo y/o se puede ser de derecha por tener un pensamiento “natural y popular”. No se les podría discutir su condición de populistas y peronistas, son políticos con intenso despliegue en las clases más bajas. Su dicción es previa al relato de estos años de catecismo progresista en que se puso en el centro el debate distributivo. Sus experiencias de gobiernos municipales les permitieron márgenes y zigzagueos, siempre con las garantías sociales de un gobierno nacional situado a su izquierda. Gobernar por derecha una ciudad o provincia en un país con Asignación Universal disminuye los efectos sociales de cualquier política de exclusión. ¿Son de derecha? ¿Sabrán reconocer las condiciones de gobernabilidad del kirchnerismo? ¿Se animarán a correrse hacia ese centro?

(Publicado originalmente en Le Monde Diplomatique, mayo 2012)

lunes, diciembre 10, 2012

miércoles, diciembre 05, 2012

De casa al mercado y del mercado a casa

1. Todos los gobiernos desde 1983 tuvieron su capítulo Clarín. No lo inventó el kirchnerismo. El alfonsinismo, en su “hoja de ruta para la democratización nacional”, escribió un breve pasaje del que resultan frases como estas: “Clarín ataca como partido político y se defiende con la libertad de prensa” (Chacho Jaroslavsky) y “… titular el diario como si realmente quisiera hacer caer la fe y la esperanza al pueblo argentino…” (Raúl Alfonsín, 1987). Lo de Menem veámoslo en boca del señor Alberto Kohan en una nota que le hicimos para la revista Crisis: “Menem se llevaba mal con Clarín, no así los menemistas.” Nuestro enano marxista nos sopla los restos de cenizas de verdad que quedan en sus puños: Clarín, como la democracia y el capitalismo de mercado, nacen en 1976. No hubo delitos de lesa humanidad o apropiación de menores (detalle judicial nada menor) pero el diario, como muchísimos, estuvo en la “escena del crimen” y armó su “acumulación originaria” para los días que venían con el control de Papel Prensa. Pero estos largos años, los que contaban la historia negra de Clarín eran una cofradía desde diversos márgenes éticos y profesionales: políticos suicidas, Asís, algunos docentes solitarios como Mariana Moyano o periodistas-empresarios como Julio Ramos, agitando desde sus distintas tarimas la condena de sus propios futuros. (Muchos 100% lucha de hoy tienen en su CV el paso por alguna de las ramas del “grupo”, un paso sin pena ni gloria -o sí-, y no hay nada malo en ello, excepto cuando se ejerce tanto el poder de policía ideológica.) 2. Clarín es historia argentina contada en capítulos, como insinuó Horacio González diciendo que su redacción es la historia de los progresismos fracasados. Diario difícil de reducir a “intereses” sin comprender el movimiento de sus líneas, péndulo de contradicciones. Osvaldo Bayer, ex PC’s, viejos alfoninistas o trotskistas componen la lista de “marines” editoriales de ese diario que no fue “voz de”, sino, inteligentemente, un enorme articulador de escenas políticas de ruptura y continuidad. 3. En una charla con un líder universitario trotskista en 2001 me dice: “¿qué leés?” Y él se respondió solo: yo leo Infobae, directamente al enemigo. A mí me salió decir: “yo leo Clarín”, como quien dice algo simple y revelador a la vez. Leemos al articulador de la escena. La mano invisible del todo antes que la voz de los buitres de ocasión, rateros del neoliberalismo como Hadad. Clarín se opuso a Menem pero contribuyó a su clima de época. 4. Si Magnetto significó el fin del “desarrollismo” clásico en el gran Diario, también fue una figura del nuevo orden que cumplió el rol histórico de la secularización de un medio que quería multiplicarse siguiendo la ruta de cada ciudadano: fue (es) parte del universo de transformaciones culturales del consumo. El diario del gobierno de la economía sobre la política. 5. La guerra empezó, se podría decir, el día que Néstor Kirchner citó en público justamente la figura de Héctor Magnetto, un nombre desconocido para la mayoría silenciosa. El primer gobierno kirchnerista tuvo la sombra amable de Clarín en la misma sintonía con la que hoy soporta la amabilidad de la UIA. En los días cariñosos del “primer gobierno” nadie avizoraba la intensidad del enfrentamiento que se vendría. Pero un día Kirchner en medio de un discurso calmo en el Salón Blanco lo sacó de la sombra, lo nombró advirtiendo que citaba “a un hombre de la democracia”, para comentar “un diálogo privado” que, según la vocación tensa de Kirchner, había sido naturalmente áspero. El hombre del diario que funcionó virtualmente como Partido Justicialista de la clase media estaba en la mesa de poder y debía ser iluminado su lugar. 6. Clarín ofreció las garantías a la sociedad de un periodismo independiente del Estado, aunque haciendo metástasis en la política, nutriéndose de ella, produciéndola por abajo, y a la vez constituyendo su “mercado autónomo”, su prescindencia, su enorme aparato para-estatal bajo la ecuación: sólo un medio tan poderoso se asegura independencia (y no es mendigo de las pautas oficiales). Pero Clarín está hasta las manos de Estado, se gestó sobre un movimiento de influencias y recursos, pero se recubrió de una autoridad libre de humo. Y ahora, así, descubierto su juego político también descubre su límite: proyecta sobre la política pero no es la política. Es un medio, llega hasta un punto y… ya no alcanza. 7. Algunas plazas pueden tener la agenda de Clarín pero no a Clarín en su agenda. Y eso que Clarín NO ES, en este momento, es un límite inconmovible. 8. Que termine de una vez esta conversación monotemática, este microclima, este gasto de tiempo social para un pueblo argentino que espera tantas otras cosas, y que llegue el tiempo de saber por qué todo esto valió tanto la pena.

(Refrito de la vieja nota publicada en la revista Crisis.)

viernes, noviembre 23, 2012

Sciolismo o barbarie

Hay problemas con la criatura. El 20N que completa el 8N.

El gobierno tiene deudas heredadas y deudas producidas. Las heredadas se calculan extendiendo la idea de “herencia” con generosidad para un gobierno que lleva casi diez años de gestión. El kirchnerismo no empezó en cualquier momento de la historia, sino en un momento de inflexión, con una oportunidad que debía ser aprovechada (y que fue aprovechada). Era inteligente y necesario ser mesiánico en el 2003. Pero mientras se disipa el humo de la semana analicemos cuidadosamente el glosario de reclamos gremiales (los más precisos, los menos trotskistas) y veremos que de esa lectura también se desprende un vocabulario de progresos sociales. O sea: todo lo que está en la agenda social, sostenido por movimientos y sindicatos, es un salto de calidad comparado a los reclamos de hace diez años. Los formales tienen representación, una parte de la clase media se representa a sí misma. Y el Estado se conforma con la representación de los invisibles. Mmm.

Hay cuestiones producidas por efecto de la apuesta económica: como el caso de la soja y de la minería, vértices de los procesos económicos profundizados en los últimos años, la estructura territorial, social y económica reconstruida. Viento del mundo de un "yuyo" también zamarreado, digamos, para que las oportunidades de la economía debieran ser las oportunidades de tener un Estado fuerte. He ahí el saldo de un ciclo horizontal que hizo ganadores a costa de algunos sacrificios en las ganancias. Gran década para el agro que el estado puso de mal humor. El kirchnerismo peleado con la naturaleza (?). El desarrollo de esas políticas tuvo y tiene costos y también enormes beneficios. A la larga, después de la riña, todos felices.

También hay “herencias” que estos años no se tocaron y que forman parte de la estructura misma del Estado (“la ausencia de políticas de salud”), u otras que saltaron por los aires, como el transporte público, con su berrinche expuesto de subsidios y su costo pagado con vidas. Esas herencias y deudas carecen de representación y afinan la cuerda del Estado: un discurso presidencial que apela a la sensibilidad general y se agarra del “último”, de los últimos orejones del tarro, de los que necesitan al Estado. Porque esa es la ecuación del kirchnerismo versión 2012: se entiende con los que necesitan y con los que tienen intereses, pero no se entiende con la enorme masa producida, ampliada, de la clase media mestiza que creció, ganó, progresó y desea más.

Lo que se fue logrando en esta “vuelta de la política” es una paulatina extinción de las intermediaciones, al límite casi de volver “molesta” cualquiera de ellas. Un Estado que ya no precisa de nadie que le explique “en el medio” lo que falta, lo que falla, o algún rumbo pendiente o distinto. De un gobierno que tomó el insumo de todo ese tejido social y gremial de “resistencia” pasamos a un gobierno que no piensa más que en términos de estado y de políticas públicas, comunicación directa con el pueblo “humilde”. Fin del periodismo independiente y fin también de cualquier política de autonomía oficial que implique la promoción de cuentas pendientes.

Insisto: el kirchnerismo gestiona necesidades, el kirchnerismo negocia intereses (tomas y dacas, como la ley de ART) con empresarios, pero ha hecho crecer a causa del derrame a ese magma de clase media urbana (8N) y clase media conurbana (20N), que vive en su paritaria de deseos: gente que puede mostrar un buen recibo de sueldo como mínimo, y que no mira al Estado desde “abajo” como se mira al Estado Benefactor. En ese sentido, el 20N completa al 8N, hay un circuito de correspondencias subterráneas entre quienes –se dice- deberían tener pudor por lo que tienen. El gobierno antepone las deudas más urgentes en su discurso, y coloca en un lugar de culpa social a la clase media o a la “aristocracia obrera”. Exige mirar la “totalidad”, como si cada actor, gremio, central, sujeto, cacerolero o lo que sea tuviese en sus espaldas responsabilidades de Estado. Y agota sus recursos políticos: ni Sabatella, ni Abal Medina, ni Moreno, ni Aníbal Fernández, como versiones del progresismo y del peronismo clásico son capaces de establecer puentes. Por el contrario, parecen obligados a su peor rostro. ¿Quién sino Sabatella para interpelar Caballito? ¿Quién sino Aníbal para hablar con la CGT?

Muchas de las deudas históricas acumuladas carecen de fuerza social que las exprese o represente. No hay colectivos de la salud o de la vivienda, por ejemplo, que encarnen la hoja de ruta de una reparación estructural. En tal caso podemos ver que la vuelta de la política -en el sentido de un país donde se discute “de todo un poco”- hizo en nombre de los “relatos” en pugna más inespecífica la conversación, y, a la vez, aunque suene contradictorio, tuvo un efecto monotemático. Quiero decir: se debate todo en una dimensión “cultural” que tiene su dicotomía de fondo (Clarín o Gobierno) pero que subordina cualquier tema de agenda a esa lógica nuclear (sobre todo en los últimos años). Todo tema está en igualdad de condiciones ante la ley (de medios). No hay otras prioridades. Cada cosa dice lo que puede en su timbre gris porque el volumen principal lo tiene esta lucha de poder. Todo finalmente puede ser “funcional a”. (Tras la tragedia de Once surgió un colectivo de familiares y sobrevivientes que persigue de cerca -en el seguimiento de la causa por la tragedia- las políticas públicas de transporte; pero recuperemos una imagen de aquellos días: en la primera carta los familiares empiezan mencionando ¡la cobertura mediática del accidente!) Por debajo, la política más firme del gobierno encarna la obsesión de “sostener la actividad”, mantener el consumo popular, algo que tiene estos costos de amortización de los recursos humanos y materiales, expresados del peor modo posible -por ejemplo- en la oración “murieron arriba del tren muchos que ahora tienen adónde ir a trabajar”.

En esa confesión de parte, cruda, aparece la idea del trabajo como un ítem fundamental. Se sabe y lo dijo Néstor: “llegué con más desocupados que votos”. El trabajo es la obsesión, fue la obsesión, será la obsesión. Ahí se concentran los esfuerzos: en el sostenimiento del empleo. Se puede sacrificar la calidad del empleo, del transporte, de la salud pública pero no la cantidad de empleo. Todos a laburar. En ese marco, la agenda de la CGT es legítima y reformista, y no parece suficiente para una sensibilidad que la juzga como la parte beneficiada del “todo”. Un todo que se expresa -al menos retóricamente- en dos dimensiones: la de los últimos (informales, marginales, indios, “Barbaritas”) y la de un amanecer cultural que irrumpirá tras la caída del espejismo Clarín. Hay algo de subestimación cultural en esa excesiva apuesta a poner tan en primer plano a Clarín, grupo que sería dueño de un hechizo social que pronto se revelará. El 7D parece el día en que se descubrirá para todos los creyentes la fórmula de la Coca-Cola democrática.

Pero lo que discute la CGT de Moyano no es sólo la distribución de la riqueza, no es sólo la adecuación de instrumentos tributarios o de justicia social, sino la distribución del poder político. Cualquier actor de la política quiere tener su paritaria con Zanini. Algo que el propio Moyano vino haciendo desde el principio (¿se recuerda su discurso de fin de año de 2007, con Cristina ya electa?). A media distancia este paro debería ser visto como normal, como parte del crecimiento con inclusión, que es, en el fondo, una promesa guapa de quilombo. Pero la presencia omnímoda de Clarín en la agenda unifica todo, ajusta todo a los hilos invisibles del “lado Magnetto de la vida”. No hay zonas descubiertas, ni azar, ni nada que carezca de una explicación que esté fuera de esa línea. Para los que no creemos que hacer medio sobre medios sea el motor de la historia, podemos percibir que hay algo de la “vuelta de la política” que incluye una política que te tapa el bosque. Un día también se podrá mirar un problema de frente, a los ojos, detenerse, decidir. Y asumir los costos que se pagan en esa decisión.

El 8N y el 20N representan ese magma intermedio de beneficiarios. Son el dato de una incorporación al mercado laboral que habla bien del gobierno aun cuando expresan su malestar y cuando las organizaciones gremiales se hacen eco de ese runrún (presión fiscal mas inflación). Así, en esa perspectiva, en lo profundo que se mueve hoy, la fecha del 7D carece de determinismos directos sobre la población. En este país hicimos más importantes a los 100% Lucha de la batalla cultural que a un Randazzo, el ministro XL que en quince días te entrega un DNI aunque vivas en Villa Palito.

Porque si ante cada protesta las mediciones oficiales posteriores se reducen a calcular cuánto afecta al bloque del 54% (y la respuesta es: “nada, nos volverían a votar”) eso vuelve increíble la muletilla de la presidenta cuando dice que gobierna para los 40 millones de argentinos. El kirchnerismo es desafiante y polarizador pero tuvo un acompañamiento ciclotímico en las urnas, y ese nubarrón asoma por encima del humo de los vende-humos. Y ese dato es el que más erosiona el anhelo chavista que tanto entusiasma a muchos ideólogos infantiles. Es el gobierno del 23, del 49, del 30, del 54%. El gobierno que tiembla por “unos puntitos” Tener clase media es ese quilombo. ¡Viva el quilombo!

Néstor y Alberdi nos enseñaron en sus siglos la mejor forma de ser: republicanismo sucio (“hay que gobernar la sociedad”). Hay que decir cómo seguir haciendo eso.

jueves, noviembre 22, 2012

Las trenzas de mi china

A la mañana en uno de los diecisiete e indistinguibles entre sí programas periodísticos de América 24 pusieron a hablar de INFLACIÓN al único peronista y kirchnerista más o menos de amianto capaz de sentarse a hablar del tema sin sentir que en ese momento le empiezan a vaciar la oficina de su secretaría. Un tema perdido antes de jugarse. El señor Alberto Samid. El turco Samid. Un empresario de la carne puro y duro, que se nota que cuando habla sufre y goza en su agitación de bicho lábil. Una lengua, como D’Elía, Asís, Marcelo Bielsa o Caruso. Argentino hasta la muerte. ¿Cuál es la razón de la inflación?, arranca el periodista y mira a Samid que ya pone cara de carnero degollado porque sabe que es una mañana en la tele (cosa que le encanta) pero para hablar de un tema del que ningún compañero habla sin dejar de pagar costos. Y Samid hace de Samid, dice: el problema son los chinos. Vamos a decirlo así: es como un gordo que cuando empieza el partido agarra la pelota con la mano, la pincha con un punzón y saca una pelota de goma y dice: dijo mi mamá que juguemos con esta. Y lejos de hacer alguna precisión en el modo en que los chinos afectan como supuestos poderosos formadores de precios, ensalza los varios mitos que rodean esa red de supermercados que –en su tesis- se llevaron para siempre al simple almacenero del barrio (al almacenero español, diríamos, sugestivamente): son una mafia, apagan las heladeras cortando la cadena de frío y venden mercadería vencida. Pero la respuesta no convence a nadie. Empecemos por lo grave: son una mafia. Alguien esa mañana en twitter recuerda el mito de la mafia italiana originaria en los Estados Unidos: comenzaron traficando aceite de oliva. Uno diría en un país tan hecho por los hijos de los barcos como éste: las mafias son como los marines que llegan para alisar el suelo. ¿Qué corriente migratorio no tuvo, no tiene, mafias? ¿Qué porcentaje, por ejemplo, de los propios bolivianos que terminan en los sótanos de los talleres clandestinos engañados por sus compatriotas en la distribución de trabajo esclavo? ¿Quién trajo a la Argentina la trata de blancas? Pero para Samid, un hombre peronista y melancólico por naturaleza, el sepia costumbrista lo gana todo, rezuma: “¿Vos te tomaste un café alguna vez con un chino?”. Ahí está el peaje, el puesto de frontera de la argentinidad herida: el feca porteño. A esa altura nadie pensó que eso ameritaba un llamado anónimo al INADI para que sus operadores territoriales sintonicen la pantalla de América y elucubren las medidas anti discriminatorias frente a esa gran escena de picaresca. El turco Samid, el que pegó la piña más importante de toda la década del 90 (a Mauro Viale) producía un quiebre discursivo inatajable para dos periodistas picapiedras incapaces de tomar nota del hermoso momento. Pero frente a Samid todos nos sentimos estudiantes de una maestría de FLACSO. Sentimos que somos productores de esa noble corriente progresista que cuando dice “mi amor, voy al chino a comprar coca y me llevo al nene”, siente que la estatua de Alberdi sonríe, ahí, desde plaza Constitución. Los chinos parecen una hermosa feria popular donde se produjo la división internacional del trabajo: en el chino los bolivianos administran la verdulería y los argentinos la carnicería. Suena un violín de Peteco cuando entramos porque también ahora eso es tierra adentro. Y tal vez el chino que mejor interpretó el nacimiento de este romance fue aquel que a fines de los 80 (un pionero) puso un súper en Flores al que llamó “Argenchino”. Era uno de los primeros de los más de 7 mil supermercados que hay hoy, y que en un 80% se ubican entre la CABA y el Gran Buenos Aires. El final es en donde partir: nadie puede negar que la imagen del señor Wang Zhaone llorando en la puerta de su supermercado en Ciudadela la tarde del 20 de diciembre nos partió el alma. El chino lloraba en argentino, le diríamos al turco. Turco: somos una hermosa bolsa de gatos obstinados en hacer el paraíso acá. ¿Quién no tiene una mafia bajo la alfombra?

lunes, noviembre 19, 2012

Italoamérica!

Mi amigo, el compañero Alejandro Sehtman, convoca a todos los ciudadanos a la siguiente gesta:

¿Qué se vota? 

El próximo sábado 24 de noviembre de 10 a 20hs se llevará a cabo la primera ronda de las primarias de la coalición del centroizquierda italiano para elegir al candidato a Presidente del Consejo de Ministros.

Por primera vez los ciudadanos italianos residentes fuera de Italia pueden elegir cuál será el candidato a Presidente del Consejo de Ministros que presentará la coalición de centroizquierda. Hay cinco precandidatos pertenecientes a las tres fuerzas que componen la coalición: PD (Partito Democrático); SEL (Sinistra Ecologia Libertà); y PSI (Partito Socialista Italiano).

Vendola Presidente

Desde Sinistra Ecologia e Libertà Argentina convocamos a todos los ítaloargentinos y los ciudadanos italianos residentes en nuestro país a apoyar al Secretario de nuestro partido y Gobernador de la Región Puglia Nichi Vendola.

Nichi Vendola es la expresión de una izquierda mejor. Con coraje para romper con el berlusconismo y sus políticas neoliberales. Con determinación para defender iguales derechos para todos los italianos, incluyendo a los homosexuales y los inmigrantes. Con propuestas para refundar Italia sobre la base del trabajo, la protección social y del cuidado del medio ambiente. Con una experiencia de gestión innovadora y progresista en los hechos. Con una mirada abierta hacia América Latina y su actual proceso de democratización popular.

Nichi Vendola candidato a Presidente por el centroizquierda es el mejor liderazgo para sacar a Italia del túnel neoliberal y conservador para ponerla en la senda del crecimiento y la ampliación de derechos.

¿Cómo se vota?

Se puede votar online registrándose previamente en el sitio de las primarias o en las distintas mesas electorales de cada ciudad.

En la Ciudad de Buenos Aires habrá 4 mesas ubicadas en:

Bulnes 1136 | Av. de Mayo 1480 | Perón 940 Cap Fed | Teodoro García 2828

Cualquier ciudadano italiano puede concurrir a la votación durante el día sábado 24 de noviembre desde las 10.00 a las 20.00 hs.

Los requisitos para poder votar son: a) ser poseedor de un documento italiano (carta de identidad, pasaporte) y b) suscribir la carta de intenciones de la coalición “Italia Beni Comuni”.

Votemos juntos

En Buenos Aires te esperamos en Bulnes 1136 para votar junto a todos los que queremos que el centroizquierda vuelva a gobernar Italia con un proyecto realmente transformador, que rompa con la política de ajuste perpetuo que hacía Berlusconi y continúa Monti.

Por cualquier consulta podés escribirnos a selbuenosaires@gmail.com

viernes, noviembre 09, 2012

Sociedad y Estado

(actualización del post pre 8N escrita en el post 8N)

¿Estamos viviendo los días de otra 125? No. No habrá noche con final inquietante alrededor de un congreso iluminado y dos plazas esperando un veredicto. No hay articulación evidente entre el 8N y el 7D. Las cacerolas no tienen un Cobos, ni un parlamento, ni un resultado que desempate. Ninguno de los puntos de la protesta incluye como reclamo puntual la “no desinversión” del grupo Clarín. Es decir: el 8N puede tener “la agenda de Clarín” pero no a Clarín como agenda. ¿Y qué efecto político beneficioso para Clarín pudo producir? A mi juicio: el cómo del 7D. O sea: la protesta del jueves no amenaza la existencia misma del plazo judicial del 7D, sino las formas para forzar el incumplimiento del grupo a ese plazo.

Es obvio que los manifestantes no tienen prioridad en la ley de medios y, más seguro, consideran al grupo Clarín un aliado. No razonan decisiva la contradicción “política y corporaciones”, y ven al gobierno fuerte, amenazante, con mayoría parlamentaria, con una masa de votos frescos, y que en “esto” podría sumar más poder. ¿Y qué podrían pensar los que reclaman por las instituciones acerca de las intromisiones judiciales del grupo Clarín o sobre los detalles de la gestión en Papel Prensa? No lo sabemos. Quizás lo saben y no alcanza. Quizás muchos incorporaron lo de Lanata: “opto por el más débil”.

Veámoslo al revés. Te dicen: “¿Pero entendés lo del INDEC, no?” Sí, sí. “¿Pero entendés que seguís siendo kirchnerista?” Sí, sí. Ahí llegamos en la conversación. Un país sin carmelitas en el terreno político pero en el que aún con todo lo simbólico que se arrastra en las palabras no nos vamos a matar ni vamos a morir en esto. Cuando alguien dice “voy a dar la vida por X”, hoy, lo que hay que decirle es que la letra chica del contrato firmado en 1983 dice que si decís que vas a dar la vida primero tenés que decir quién te la amenaza. La inflación discursiva nos aleja de la realidad más gris. El 54% de votos de Cristina conforman un dato, no es “Pueblo Tallando en Piedra”, sino una enorme aprobación (como dice la canción: huella y camino). Porque también era antidemocrática cualquier actitud destituyente cuando el gobierno era el del 30% (2009).

La clase media está en el centro de la escena de un país que desplaza suavemente su pregunta-fetiche favorita (“¿mamá, qué es el peronismo?”) por esta otra mucho más incómoda y familiar. El nuevo malón que defiende su progreso y que ni siquiera Laclau puede llegar a ver desde su observatorio privilegiado. ¿Cómo construir beneficiarios culposos del modelo, franciscanos del capitalismo, ganadores con pudor que agachan el lomo y agradecen al cobrador de impuestos? Tenemos un problema. Mamá, ¿qué es la clase media? Y podemos decir, en el año de la Bestia: la clase media es el hecho maldito del país peronista.

La política es compleja. La vida parece simple. Y la simpleza de una subraya la complejidad de la otra. ¿Con cuánto se hace una vida? Perón dijo ¡en 1970! que la víscera más sensible era el bolsillo. El plan vital: cumplir sueños, cubrir necesidades y que el recaudador de impuestos no golpee mi puerta. La antipolítica también es un estado natural. Todos odian a ese cobrador. Cualquier ciudadano promedio en su quinta incursión a la AFIP empieza a sumar calorías anti-políticas. Es así, odiamos la burocracia (ni hablar la que empieza a las 4 AM en el hospital Fiorito). Es parte del plan de Dios para hacernos sentir que pasar dos horas en misa no es lo peor a lo que podamos destinarnos.

Para algunos el 2001 fue leído como “vuelta de la política” (asambleas, nodos de trueques, participación), pero de algún modo en sus consignas también resultó la imagen de la gente sacándose a la política de encima. Remarcando una distancia entre vida y política que exige mejor representación. Sorprende el “silencio entre ellos”, decía la cronista de TN sobre los caceroleros que marchaban. Silenciosos, decía, bajo banderas sólo argentinas. Un montón de particularidades que no hacen sombra bajo ningún trapo: INDEC, 82% móvil, inseguridad, inflación, dólar. Y así, una zona de temas que se encadenan en su clima, en su prosa, que se mezclan, que invocan libertades, fascismos. El país se ha dado cien días de oposición. Veremos, pero no sólo de eso depende la vitalidad de esa energía. Quizás el 8N nos dice que desde 2001 para acá no todo cierra. Es el fin de ese ideal, un poco bipartidista, del gran equilibrio nacional. Nuestro orden, nuestra representación, incluye estas lagunas. No le tengo mucha fe a la oposición y claro que (como buen republicano que soy) me encantaría que se consume otro matrimonio político. Fuimos a la plaza en bici a “mirar” con el genial sociólogo y tuitero Tomás Borovinsky y vimos un montón de populismo en disponibilidad.

Fiesta Pampa


lunes, noviembre 05, 2012

Mucha gente nerviosa. Y esto es lo más insoportable, por lo tibio: todos estamos siendo demócratas. Y en el kirchnerismo, a la larga, mucha gente que es de de derecha aprendió a moverse, a caminar, a competir, a no dar por sentadas sus posiciones ni a sentir naturales sus privilegios. Dicho esto también para decir: no todos los que marchan son de derecha. Pero el kirchnerismo desde el día 1 consiguió tener gente de ese lado en su contra.

¿Vivimos otra 125? No. Ni siquiera de cerca. No habrá una noche con final inquietante alrededor de un congreso iluminado y dos plazas esperando un veredicto. Vayamos a lo seguro: no hay articulación evidente entre el 8N y el 7D. Y la protesta tiene una cantidad de demandas que hacen a un sistema mucho más fuerte en lo anti que en la posible afirmación política. (Algo que casi siempre ocurre con la gente en la calle.) Aunque por supuesto tiene intérpretes políticos y periodísticos (este es el año de Lanata, sin dudas). Pero este episodio no tiene un Cobos, ni un parlamento, ni un resultado inmediato que lo desempate. Ninguno de los puntos de la protesta incluye como reclamo puntual la “no desinversión” del grupo Clarín. ES DECIR: el 8N puede tener “la agenda de Clarín” pero no a Clarín como agenda.

¿Qué efecto político beneficioso para Clarín puede producir el 8N? A mi juicio apenas este: el cómo del 7D. O sea: la protesta del jueves no amenaza la existencia misma del plazo judicial del 7D, sino las formas para forzar el incumplimiento del grupo a ese plazo.

Es obvio que los que manifiestan no tienen prioridad en la ley de medios y, más seguro, consideran que el grupo Clarín es un aliado y una red de contención. Digamos que -como mínimo- no consideran decisiva la contradicción llamada “política versus corporaciones”, y en tal caso visibilizan a un gobierno fuerte, con mayoría parlamentaria que hace apenas un año obtuvo una mayoría de votos, y que en “esto” pondría en juego la suma de más poder. Todos somos pragmáticos.

¿Qué pensarían los que reclaman por las instituciones acerca de las intromisiones judiciales del grupo Clarín o sobre los detalles de la gestión de décadas en Papel Prensa? ¿Las conocen algunos?, ¿muchos? No lo sabemos. ¿Quizás lo saben y no alcanza? ¿Quizás sí, muchos, incorporaron eso que dijo Lanata, lo de “opto por el más débil”? Veámoslo al revés. Te dicen: “¿Pero entendés lo del INDEC, no?” Sí, sí. “¿Pero entendés que seguís siendo kirchnerista?” Sí, sí. Ahí llegamos en la conversación: al punto en que lo que no toleramos es la oscuridad del otro, sobre todo en discursos cuyos efectos de polarización extreman a cada uno en su verdad. Un país sin carmelitas en el terreno político pero en el que aún con todo lo simbólico que se arrastra en las palabras no nos vamos a matar ni vamos a morir en esto. Cuando alguien dice “voy a dar la vida por X”, hoy, lo que hay que decirle es que la letra chica del contrato firmado en 1983 dice que si decís que vas a dar la vida primero tenés que decir quién te la amenaza.

Lanata y D’Elía son los hombres de las prosas fuertes del momento. Se disputan representaciones. Y, en el fondo, son dos outsiders auténticos, hombres sin votos, gargantas con fuerza discursiva para romper impotencias callejeras. Son dos hombres que viven diciendo todo al límite. Sus discursos son de verdad extrema. Y en estos días funcionan en espejo porque los dos se creen la expresión profunda de dos polos. El kirchnerismo, como suma de todos los hechos malditos y el anti kirchnerismo que lleva como bandera el fin de los odios y de las antinomias pero es el que más los subraya y necesita. Los discursos son paradójicos. Casi todos. Un discurso lleno de odio pide el fin del odio, porque lo que odia es una asimetría que ve irremontable en manos de un proyecto que a su vez maneja el Estado, y que se hizo de él a través de los votos.

¿Qué nuevo paradigma es este que te da las fechas históricas antes de que ocurran? 8N, 7D. Es inusual saber que en un mes, en una semana, en dos días, ocurrirá “algo histórico”. Es como la expectativa por el nacimiento de una marca. No sé si hay registros de algo así.  

domingo, octubre 21, 2012

Infancia clandestina (Hoy en Ni a Palos)

A Miguel Binstock 

Toda la infancia relatada (lo escrito o filmado “desde los ojos de un chico”) es representación hecha por adultos. En tanto: toda infancia es clandestina, y se trama alrededor de cómo los niños huyen del mundo de las instituciones totales y de los encierros o abandonos que los padres proyectan. Ya sea en un country, en Los Piletones o el colegio marianista de Caballito.

Pero esta Infancia clandestina es un ajuste de cuentas que hace un adulto sobre su niñez vivida bajo el cautiverio montonero. Los padres montoneros de Benjamín Ávila, el director de la película. Entremezclada con las contradicciones naturales de un hijo de, y hecha con el extraño y argentino privilegio del linaje que da derechos, porque sólo un hijo de militantes muertos tiene “autoridad” para juzgar hechos que afectaron tanto y en distinta escala a todos.

La historia ocurre en la más cuestionada acción del grupo armado: la contraofensiva. La maniobra por la que volvieron al país una cantidad de militantes armados que conocían con lujo de detalles a qué se exponían. En el film aquella aventura parece un aterrizaje de extraterrestres, uniformados en el extranjero, sobre un país que había empezado a salir de la hora represiva y que lentamente parecía recobrar algunos signos vitales, políticos y sindicales frente al Proceso.

Veamos: la historia se concentra en el año 1979, año en el que se produce el primer paro nacional conducido por el dirigente peronista Saúl Ubaldini. La familia en cuestión (madre, padre, tío y dos hijos) se ubica en un barrio del Gran Buenos Aires para darse en esa cobertura comunitaria el tiempo y el espacio de planificación de acciones armadas “decisivas” para la caída del régimen. Mientras nacía el movimiento de los derechos humanos en torno a qué habían hecho con la humanidad de los militantes, Montoneros recobraba fuerzas para volver a decir con hechos que esto era una guerra. O sea: durante un tiempo convivió el socorro humanitario con el delirio armado que seguía arrojando cuerpos a las fosas.

Hay dos mitades constantes en la línea de la película: la superficie de los padres militantes, representados como fanáticos, y la profundidad de un chico que resiste en su infancia, un pliegue de la clandestinidad en el que se cuenta una especie de “Mi primer beso”: la historia de la inocencia de un niño que no puede decirle quién es a la primera chica que ama.

Y se aplica sobre esta patrulla montonera en extremo la idea de todo izquierdismo: la historia se hace a espaldas de la gente. La película insinúa que la vida de ese barrio y la escuela funcionan como molécula distendida del poder dictatorial. ¿Qué tienen que ver ellos con la revolución? La escuela y el barrio eran apenas locaciones de una revolución hecha por desconocidos. Pero la historia -¡recontra promocionada oficialmente!- se sujeta al calvario del chico obligado a vivir entre papás soldados que no lo dejan jugar a la guerra porque su vida es una guerra de verdad. ¡El cautiverio del mocoso en esa familia OVNI que entró a un país que había cambiado mucho!

El balance final es agridulce en muchos órdenes pero vamos a dar el más contundente: ¡termina dedicada a los que no perdieron la fe! “Hola, Benjamín, ¡a tu familia la mató su propia fe!” Esa fe, ese camino de luz que barría cualquier sentimiento humano, de persona a persona, en nombre de algo que estaba más allá.” El problema es la fe. Para salvar la vida había que perder la fe. Alguien debió decirles: “los soldados no tienen hijos, son livianos y desconocidos del pueblo que liberarán”. ¿De tanta deshumanización dependía la eficacia de la guerra por una humanidad mejor? (El Che tenía a sus hijos muy lejos del teatro de operaciones tácticas.)

Pero le doy el Nobel o por lo menos un Martín Fierro de la paz a la abuela de esta historia, una vieja ajena al espejismo guerrillero que balbucea y ruega a esos dos místicos que le entreguen a los chicos, en la mejor escena filmada sobre la tragedia de esos años. Es una ABUELA que pide a sus hijos militantes que no les borren la IDENTIDAD. ¿Se entiende? Eso eran las abuelas: un discurso de llanto y temblor. La abuela: la única persona a la que el chico pudo volver a decir quién era. “Soy Juan.” ¿Se entiende? El film sugiere una gran sugestión entre militantes/militares y supresión de identidad. Los iguala: todos la apropian. Si hay guerra no hay identidad.



Nada más, sólo un mensaje a la Generación: no importa más de qué somos hijos, sólo importa de qué somos padres.

jueves, octubre 11, 2012

Balance de la semana en 4

1. Progresismo de amianto la vida de Martín Sabatella. Inició su militancia en la Federación Juvenil Comunista. En los años 90 formó parte del FREPASO. Fue intendente de Morón durante diez años, entre 1999 y 2009. Llegó al poder de ese distrito peronista con la Alianza y enfrentando al histórico peronista Juan Carlos Rousselot, con un discurso que no abandonó nunca: el discurso contra los barones del conurbano. Resistió dentro de la Alianza y en 2002 formó su propio partido Nuevo Morón. Con el que se presentó en 2003 y ganó con más del 50%. En 2004 fundó el EDE, un partido con nombre de jabón de limpieza, a propósito. Recibió por sus gestiones el reconocimiento del diario Wall Street Journal, de la ONG Poder Ciudadano, el premio Konex como administrador y fue nombrado coordinador del comité de municipio del MERCOSUR; algunas de las cuales hoy -en su variante vital de “republicanismo sucio”- queda bien renegar. Creó la casa de la memoria en la cinematográfica Mansión Seré, inaugurando ese lugar donde arte y política engendran a través de sus monstruos (con Víctor Heredia a la cabeza o con la cabeza de Víctor Heredia) el nombre de la cultura democrática desde 1983: Memoria. Exponente originario junto a Ibarra y sectores de la CTA de la “tentación transversal” con la que Néstor Kirchner quiso sustituir al partido justicialista. En 2009 se presentó con Nuevo Encuentro, por fuera del FPV. Y sacó 5, 56% de los votos. Le sacó a NK “los puntitos” que perdió frente a De Narváez. Etiquetas de su vida: transparencia, “participación”, derechos humanos, memoria. Conclusiones: El progresismo es un productor de personalismo político, si no, veamos los ejemplos de Chacho Álvarez, Lilita Carrió o Aníbal Ibarra. Todas figuras que perforan y crean entidades orgánicas a imagen y semejanza, para auparse en ellas y para tirarlas por la ventana cuando hace falta. Su itinerario es una línea de tiempo del progresismo argentino: del antimenemismo duro al kirchnerismo duro. Respondiendo a su vieja impronta bolchevique, que aplicará en el AFSCA, a la zoncera que dice que el progresismo es tibio, se le responderá: no es tibio, es frío. Siempre se distinguió del PJ y jugó su crecimiento a la diferenciación constante en lo territorial con la liga de intendentes del conurbano, aunque de golpe -en su mejor hora, ésta- tuiteó como quien se estira un poco la corbata: “somos Feos, sucios y malos”, celebrando su nombramiento rimbombante para darle el tiro de gracia a Clarín. Se ve que el abandono de la deferencia de la que fue objeto en la prosa de Clarín le hizo recapacitar su sistema de adejtivos: Martín, ¡te pasaste veinte años puteando a los feos, sucios y malos del territorio comanche y ahora te encanta el espejo plebeyo!

2. Más allá de las conspiraciones durante las protestas de prefectos, gendarmes y afines, podemos decir que estamos viendo a la primera generación de soldados X de la democracia en escena. A jóvenes miembros de las fuerzas de seguridad que reclaman en torno a cuestiones gremiales de un modo que pone a sus propias instituciones contra las cuerdas. No están cegados por ningún integrismo, ni los anima ninguna pasión por fuera de las que tiene todo el mundo: la búsqueda de la alegría del consumo. Tuit del enorme Mariano Canal: “quiero decir, 30 años de democracia es que esta protesta sea más parecida a la de un sindicato que a la de los carapintadas.”

3. Escribió la socióloga y poeta y brillante Sol Prieto en su facebook: “No me parece muy acertado discutir si el reclamo de la prefectura y la gendarmería es desestabilizador o no, si la democracia aguanta o no, porque en el fondo todos sabemos o pensamos que la democracia en Argentina aguanta un levantamiento de la prefectura. Lo que sí hay que ver es que en los últimos 3 años hubo insubordinación o levantamientos de las fuerzas de seguridad en Bolivia, Ecuador, Colombia, creo que Perú también, y ahora acá, y casi todos con una base gremial que se pudo politizar más o menos en cada caso. Lo que está en juego es la estructura interna de esas fuerzas y la evidencia de que las instituciones que existen para canalizar conflictos como estos no sirven más. Por ahí, estos conflictos son una consecuencia lógica de que las fuerzas se van institucionalizando como una parte más del Estado (y no como el Estado mismo) y entonces entran en conflicto con el Estado. Creo que estas cosas se resuelven con más democracia hacia adentro y hacia afuera: con menos autonomía interna y más control y transparencia para con el resto de la sociedad, con representación sindical elegida democráticamente, y haciendo que determinados cargos sean electivos. Nunca menos.”

4. Gestión es más importante que relato.

martes, octubre 09, 2012

La mujer es lo negro del mundo

Mientras tanto, alguien tendría que responder por qué Yoko Ono, María Kodama o Isabel Perón no son la misma persona. Las tres caras de una misma mujer como si fueran las tres caras de una misma serpiente, las tres que llegaron “después” de un golpe de estado de sábanas de seda y conquistaron el corazón de los héroes de todas las clases. Se representan así: las conchudas. Fueron (son) odiadas por la masa arrebatada del fanatismo. Mujeres orientales, impopulares, con un “magnetismo incomprensible”, virtuosas -según su propio mito. De una sensualidad ante los ojos de ELLOS que nadie más pudo ver. ¿Son hermosas? No. Guardan un misterio, un misterio que se toca con un palo, así, con la punta del palo. Mujeres que estos tres mitos de la polis amaron contra la corriente porque ellas los sacaron de la corriente, los acunaron un poco a orillas del río de la historia que tanto arrasa. Pero los sobrevivieron y he ahí el dilema, compañeros. Ellas, las amas de la iconografía del gran nicho. Mujeres que ocurren en el pasado. Que custodian los mitos y que en su acidez -al que se acerca- lo arrojan al futuro. A la emergencia de construir nuevos mitos. Por eso permanecen como fantasmas horribles alrededor de la tumba de los héroes. Para no volver a ellos siempre.

Las tres están vivas hace demasiado tiempo. ¡Las tres están vivas hoy, 2012, a décadas de los pasos a la inmortalidad de sus compañeros y viven como viudas negras, hablan poco, son celosas de los restos del imperio que administran con pasión liberal! Yo mandaría YA a una delegación de juventudes políticas para hablar con esa mujer de rodete, voz finita y fálica, que amaba a Perón pero no al pueblo y que volvió a España para siempre, porque, compañeros, una parte de Perón es española y medieval. Una maravilla mucho más literaria que toda la pastelería pop de la iconografía evitista… Isabel Perón es un hecho maldito, gira mágica y misteriosa en Libia, que nos puede contar cómo eran las siete de la tarde del General, la hora del lobo o, simplemente, qué gracia de Fidel Pintos lo divertía más. Isabel vive como paria de la historia. Sabe mucho de todos: de Perón, de López Rega, de Massera, de Lorenzo Miguel… Y así podría escribir ella sola la historia de esos conquistadores del movimiento. ¿Por qué Perlóngher y la literatura gay no se detuvieron en ella ni un sólo segundo, ni un instante sobre ese cuerpo alambrado de la derecha peronista? Chabela, Isabel, María Estela, ¿no tiene sangre plebeya? ¿No bailó también en el teatro prusiano? Isabel La Católica y Evita la cristiana. Encanta el mito evitista de la actriz de Los Toldos, pero a Isabel le entrás por otros lados: es la mujer de las 3 A, la gaucha del caudillo que acuñaba que las palabras son hembras y los hechos son machos y se guardó todos los secretos y nadie, ni siquiera un hijo de Cafiero, se le acerca para oír su balbuceo, un poco del sonido y la furia de esta historia tan china. Mi póster sería una foto de esas tres, una foto warholiana, cuatro cuadros de cuatro colores pero con un cuadro en blanco, vacío, que diga: “la próxima podés ser vos”. El mundo no sabe dónde poner a estas celadoras de erotismo sadomasoquista.

Está en una pared escrito hoy con aerosol negro. Y quedó todavía porque estaba escrito que así sea, fue una promesa cumplida en una pared del barrio de San Cristóbal, a pocas cuadras de la sede de la Unión Ferroviaria. Decía: Isabel jefe: leña a los rebeldes. La traducción decimal no es necesaria. Sabemos lo que es un jefe, lo que es la leña, lo que fueron los rebeldes. Y no hace falta escribir con tiza todos los días que eso es del año 1975, el mundo anterior a este mundo. Y que esa mujer podía ser dueña de la vida y de la muerte de todos porque había sido dueña de la vida de uno solo. A veces la historia se asalta así, cuerpo a cuerpo. Las tres, Isabel-María-Yoko, viudas asiáticas, tuvieron la humanidad en un puño. Ahora, un puñado de ceniza carísima.

Entre Borges, Lennon y Perón se define una genética argentina promedio, el pasado. La playa de piedritas de Alan Pauls. Tres mujeres iguales. Tres orientales que tocaron con mano fría sus karmas. Los acompañaron en el otoño. La beatlemanía, el peronismo, la literatura nacional, y estas tres chinas que todos los días tiran arroz sobre el cajón. ¡Había que salvar al hombre! Ningún poeta feminista o gay escribió algo a la altura de esos mitos.

Informe sobre aborto (2011)

sábado, octubre 06, 2012

La nada en X tuits

El de izquierda se entrega -siempre- al carácter universal de sus ideas. O sea, "el otro" no piensa distinto, simplemente "está mal".

El de derecha, quizás, mutila lo que de universal tienen sus ideas. Y convierte su pensamiento en una astucia. ¿El otro? Es un boludo.

El peronismo es la militancia retórica y barroca de un simple legado oriental: si sucede conviene.

Partido de poder versus partido de ideas en un país con dos clases: la clase media y la clase política.

lunes, septiembre 24, 2012

Invitación

El miércoles 26 de Septiembre, y por la competencia oficial del Festival de cine latinoamericano de la UNSAM, van a proyectar Iré (el deseo de los orishas). La cita es a las 14 horas en 25 de Mayo y Francia, San Martín, Bs. As. En el auditorio Lectura Mundi de la Universidad de San Martín. Guido Mignogna

Iré

viernes, septiembre 14, 2012

Tuits de la noche en pañales

La oposición que tiene que hacer pedagogía sobre sus representados. Pasar a civilización ese runrún difuso. TN no podía poner testimonios. Era un largo paño de las ciudades y la sola voz de sus cronistas. // Esa plaza también tiene algo intraducible. Y la fantasía eterna de la oposición es creer en la representación total. // Sobre todo atender que la política no es una sábana flexible que no deja nota sin tocar. // Representar no es soplar y hacer botellas. Ni recoger mensajes del mar. Ni todo es representable. No le inventemos utopías a la democracia. // Por eso tampoco ahora una fe ciega en que toooodo es representable. Una sociedad con lagunas, intemperies es inevitable. // Este país es más invivible desde que en la espuma de la espuma creímos que ser de clase media está mal. // Apagar la FM Forster compañeros y su repetición de lo que decía en Página 30 hace veinte años. Día de meditación. Nos toca hacernos el Sri Sri. // O sea, representar no es amplificar el abajo. Es hundir las patas en ese yuyo. Separar paja del trigo. Sacar sueños en limpio. // Y una parte de la solución republicana es bajar decibeles de la policía semiótica. Nuestro "yegua montonera" es "Videla=Macri". // 90's: puedo comprar los dólares que quiero pero no tener el sexo que quiero. 2010's: puedo tener el sexto que quiero, pero no los dólares que quiero.// Liberales somos todos.

lunes, agosto 06, 2012

Federalismo a la que te criaste

(Publicado en Le Monde Diplomatique, septiembre de 2011)

Uno de los debates faltantes de estas elecciones es quizás uno de los debates faltantes de la democracia: el desequilibrio territorial, el legado de un federalismo a la que te criaste, o sea, regulado por los avatares de la economía real. Es interesante pensar este momento comparativamente al último debate que puso en discusión la cartografía política y que fue estigmatizado como muchas de las ideas ambiciosas de Raúl Alfonsín: trasladar la Capital Federal al distrito Viedma-Carmen de Patagones, convertido así en un nuevo distrito federal; el “Proyecto Patagonia” que en 1986 impulsó el entonces presidente.

El proyecto también suponía la creación de una nueva provincia que incluyera a la ciudad de Buenos Aires. Y, finalmente, lo único que pudo cumplir fue la provincialización del entonces territorio nacional de Tierra del Fuego.

El intento del “traslado” tenía un antecedente cercano: la sanción por parte del general Lanusse, el 3 de mayo de 1972, del decreto-ley 19.610, donde también declaraba “la necesidad de trasladar la Capital de la Nación”. Era una idea estrictamente militar (que no prosperó), alejada del espíritu inmediatista del político clásico, podríamos decir. Pero Alfonsín no era un político clásico: era el padre de una política clásica y burguesa que pretendía heredar generaciones progresistas y profesionales de lo público.

Repasemos los hechos: en cadena nacional un 15 de abril de 1986 Alfonsín presenta el proyecto, incluyendo frases de Leandro N. Alem, y produce un efecto sorpresa que golpea con su cola simbólica los cimientos del imaginario peronista, sin dar demasiadas pistas acerca del modo en que “eso” se llevaría a cabo. Al otro día pronuncia otro discurso en Viedma, en terreno. La consigna con la que quiere endulzar los oídos estaba sembrada de sentimientos: “Crecer hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío”. “Poética”, se podía decir, pero como profecía social sonaba atroz: ¿quién iba a querer expandir las fronteras hacia esa zona polar cuatro años después de que una guerra signara el fin de la dictadura con cientos de vidas perdidas en el sur, en el mar y en el frío?

Algo de eso era evidente: la trama fundacional con que todo-ese-gobierno se regodeó estaba culturalmente adherida a un sentimiento que hacía de ese terreno congelado y virgen del sur patagónico su zona de promesas. Si la democracia se le debía a la derrota militar en el sur, una fuerte cruzada civilizatoria debía expandirse hacia allí. No es posible pensar Viedma sin articularlo con “las islas”. Alfonsín sintonizó algo del sentimiento malvinero siendo justamente uno de los acusados de la “desmalvinización”, y tal vez el político de primera línea más lúcido en advertir el drama de la guerra, cosa que dejó escrito en un diario Clarín de aquellos días. Pero su aspiración conquistadora y desarrollista poseía un sentimiento “austral” procesado en clave alberdiana: porque intercambiaba nuevos héroes ingenieros por los formidables guerreros en jeaps. Poblar el continente era la fórmula de un patriotismo civilizatorio que podía funcionar como respaldo legítimo al reclamo malvinero.

Mapas

La revisión del asunto Viedma también podría alumbrar algo que hoy puede ser dicho así: el desalojo de la visión militar de lo público restó pensamiento estratégico al campo de la política. Incluso se podría conjeturar un saldo obvio y maniqueo: intercambió encuestas por mapas, marketing por cartografía dura. Porque lo de Viedma tenía una dimensión estratégica ya desconocida para el incipiente orden democrático. La mirada militar sobre el espacio y el tiempo es una mirada con movilidades fuertes, que no repara en sensibilidades y arraigos. Para un militar un país es un terreno. Un pueblo es una población. No hay electorado, sino formas de consenso.

Corría 1986 y la economía (el “Plan Austral”) se desplomaba, y el reflejo de Alfonsín parecía una huida hacia adelante. Sin embargo ese proyecto pudo significar el breve retorno a un ideal especulativo: desplazo de población, inversión, descentralización. Fundar la ciudad que rompa el diagnóstico de la “macrocefalia argentina”, tal como metaforizaba para construir solidaridades reacias a la ciudad-puerto. Era un volantazo con resabio federal que se imponía sobre una Buenos Aires a la que los peronistas creían de nuevo ocupada con su Saúl querido. Si Alfonsín parecía un político épico de la transición de dos mundos (el mundo de lucha que se dejaba atrás y la democracia moderna que nacía), Ubaldini era la contracara sentimental, silvestre y melancólica con que se hacía sentir la fuerza material del peronismo.

Alfonsín imaginó un nuevo mapa para un nuevo capitalismo. O algo más sincero: quiso quebrar el territorio cercado por las fuerzas de los sindicatos, los capitanes de la industria y los carapintadas. Su respuesta a ese laberinto de lo real era ilusa: fundar otra ciudad “sin patas y sin fuente”. La ciudad limpia de la administración pública que torciera la atracción de la naturaleza económica, los flujos permanentes de migración, etc.

A su vez, lo que reforzaba el aspecto mesiánico era que el proyecto se enmarcaba en un plan de inversiones y reformas al que llamó Plan para una Segunda República Argentina, que incluía el reordenamiento del sistema de salud, la democratización de los sindicatos y la creación de empresas mixtas. Pero para que una idea sea una gran idea tiene que tener en cuenta el tiempo y el espacio, guiada por el sentido de la oportunidad. Una idea son sus circunstancias.

Si algo marcó a las generaciones ilustradas del siglo 19 surgidas tras la caída de Rosas fue que su tiempo histórico se tramaba en la gestación de estrategias, proyectos, tensiones y planificaciones sobre el espacio, dominadas por la incomodidad frente a la realidad territorial argentina. Si la leyenda del federalismo bravo aparecía como un auténtico grito de la tierra, la contracara del progreso pareció sostener su mandato civilizatorio sobre un suelo al que el destino había condenado a los hombres de luz. El problema de la población inculta y la extensión territorial permitían el mesianismo de un país pensado desde cero, en la posguerra civil. Pero el Estado de barbarización sobre el que los radicales operaban desde 1983 se encontraba en el Estado. Un Estado-matadero era el objeto de la reflexión política y económica, y bajo la metáfora que enfrentaba la nueva democracia: el “pacto sindical-militar”. Contra ese imaginario el deseo de fundar una ciudad. Contra el Estado “cableado” y la “mano de obra desocupada”, contra la CGT Azopardo, contra Campo de Mayo, una ciudad nueva. 1983 huele al siglo XIX tras el rosismo procesista. La inquietud cartográfíca de los radicales reconstruía algo borrado durante el proceso moderno del siglo 20. Porque también el progreso de un país es conservador: se trata de una sucesión de resignaciones. Aceptar la tierra, la lengua, la gente.

Gobernar la ciudad

En estas elecciones, una vez más, aún con el inextinguible espíritu sureño del proyecto kirchnerista no existe una preocupación explícita sobre los equilibrios territoriales. Más bien se afinca ese espíritu en el inconmovible reclamos de “las islas”. El kirchnerismo parece encarnar la pasión forastera de quien llega del desierto y observa la zona de fronteras del conurbano y la ciudad. Si el pálpito de Alfonsín pareció obsesionado en huir de la ciudad y sus alrededores, la pasión kirchnerista parece encuadrarse sobre una obsesión que va más lejos: ¿cómo gobernar la ciudad y el conurbano?

La descentralización, la regionalización construida sobre el abandono de las capacidades del Estado nacional, todo ese proceso “moderno” que fue iniciado en los años 90, aún no tuvo un contrapeso que fuera capaz de un razonamiento paradójico: el federalismo no depende del regionalismo, sino que se condena a él, en la ausencia de un Estado central inteligente, equitativo y capaz de encarnar transformaciones.

Una mirada optimista puede suponer que el kirchnerismo no aspira a crear una Brasilia, sí políticas que mejoren las condiciones de los interiores para subir los pisos de desarrollo económico y generar condiciones estructurales para que sean habitados. Esto está hecho con una hoja de ruta que elabora el ministerio de planificación desde 2004: los “Planes Estratégicos Territoriales”, con un discurso que pretendería darle condiciones porteñas o conurbanias al resto del país. Esto es: gas (gasoducto del NEA a las únicas provincias del país que no tienen: Chaco, Formosa, Corrientes y Misiones, y a los lugares de Entre Ríos y Santa Fe adonde no llega), energía eléctrica (las represas hidroeléctricas de Santa Cruz –Cóndor Cliff y Barrancosa- a una provincia que hasta hace pocos años estaba desconectada del sistema eléctrico nacional) y mejoramiento de rutas como piso elemental de cualquier desarrollo económico. Si se profundiza este razonamiento, es lógico respaldar la minería en provincias donde no hay otros recursos competitivos. (Hay otros ejemplos, de hecho la federalización de la Copa América incluyó sedes en Córdoba, Santa Fe, Mendoza, San Juan, Jujuy, Salta, La Plata y Buenos Aires.)

En fin, se trata de discursos y políticas para el interior ocupado. Lo que no existe es un discurso poblacional del tipo alfonsinista (sarmiento-alberdista en el mejor sentido) que resucite amablemente el “gobernar es poblar” . Se declaró desierta la posibilidad de pensar el desequilibrio territorial, un drama detectado que devino en un silencio contundente en la mentalidad política argentina.
 

lunes, julio 30, 2012

FM Soldado de la frontera

1. ¿Por qué nos sorprende que aún hoy se torture en una comisaría argentina? ¿Dónde existen las garantías para que eso no ocurra más? Videla afirmaba hace años en el libro de María Seoane y Vicente Muleiro: “en este momento en alguna comisaría de la provincia de Buenos Aires se debe estar torturando a alguien”. Algo así. El viejo dictador suponía una antigua e interminable línea de continuidad de la que se habían aprovechado, a la que habían perfeccionado en escuelas francesas también, pero que no habían inventado. ¿Ayer torturaron? ¿Mañana torturarán? En una cárcel provincial o federal, en una comisaría argentina. ¿Qué hacemos con eso que sabemos que pasa? 2. Presentación del tema: imágenes de la tortura en Gral Güemes, a 55 km de la ciudad de Salta capital. Tecnología intacta: submarino seco y baldazos de agua fría sobre dos jóvenes. No quedarán marcas. Video de más de dos minutos que dio la vuelta por todo el país y que nos presenta la pasividad de las víctimas y la frialdad de los torturadores. Gordillo es uno. Pero en el video se confunde, y uno de los jóvenes parece que le dice: “basta gordito”. Las crónicas primeras confunden eso y acentúan esa extraña “familiaridad” que puede campear en una comisaría de pueblo. Filmado con un celular. 3. Recuerdo: en el año 2000 trabajaba en un kiosco en Pueyrredón y San Luis, Once, y el sereno del edificio bajo el que quedaba el kiosco era ya un compañero de esas noches frías, “en lo mejor de la crisis”, cuando el recorte del 13% comenzaba a faenar bolsillos estatales. Era un “buen tipo”. Sin hijos. Casado. Vivía en Banfield. Tenía una perra a la que amaba con locura, te mostraba las fotos. Se había retirado de la policía de la provincia de Buenos Aires (a la que había entrado en 1982) y me dijo por qué se fue: por un estado depresivo. Votante del PJ. Un día, una noche, de la nada, me contó su paso por la Brigada de Investigaciones. Y los métodos de tortura que aplicaban. Picana, submarino. Me explicaba la razón de esos métodos: las necesidades judiciales de las declaraciones. “Lo pedía el juez.” Mi cara de lector de Página 12 le precipitó la aclaración reparadora: a un tipo normal como vos no se tortura. Ok. Entendido. La tortura y sus justificaciones. ¿Qué hizo el torturado?- es la pregunta que se puede hacer alguien que quiere vivir del lado de la línea de la normalidad y sentirse a salvo, poner la conciencia en papel secante. 4. La tortura como barbarie policial es una constante para los pobres, por eso -en parte, pero en una parte decisiva- la clase media militante que la ligó en los 70's vivió ese sobresalto descomunal y represivo y pudo narrarlo con una línea de tiempo tan precisa, haciendo hincapié en las precisiones técnicas de ese calvario. Pero no tuvo durante ese tiempo la misma sensación de excepción para el sabalaje, para el pobrerío que vive siempre sometido al rigor policial, desde el principio de los tiempos. Una vida eterna existida bajo la pesadilla azul. 5. Volvamos a Salta y al argumento del gran ideólogo de la seguridad, Marcelo Saín: más allá de las especificidades locales, hay un problema difundido que no se resuelve con políticas locales ni focalizadas sino que requiere una intervención federal y una política sistémica. (Una idea básica podría ser que para que no haya tortura debiera haber por lo menos un civil, un abogado, en la comisaría.) El policía que hace submarinos con tal naturalidad tiene que ser un grano en el orto de las políticas de seguridad, el impacto de esa tortura televisada tiene que ser la zanja adonde cae y se desparrama el altar de la memoria. Vamos a decirlo así: el museo de la ex ESMA tiene que servir también para apagar la electricidad policial del presente, para una policía que no resuelve nada sin pasarse de la línea de lo lícito. Los centros culturales tienen que servir para que a Gordillo ni se le ocurra pelar la bolsa. 6. La relación de los DDHH y los hechos de tortura actuales, también, es el diálogo sordo que pone en tensión el tipo de federalismo, tanto como las discusiones de la co-participación. Porque habla de la distribución del capital simbólico y cultural de esa cima llamada Derechos Humanos. Estado y provincias: la polis de los derechos humanos, con sus señalizaciones, sus museos y baldosas, hace centro en la historia pero no puede proyectar su luz sobre el medioevo policial y penitenciario del resto del país real (y actual). 7. La comisaría de General Güemes y el Hombre de la Bolsa. Los derechos humanos son universales. No son la jerarquía de las víctimas. 8. Toda tortura es política.

(Publicado en Ni a Palos)